La casa jaenera donde murió el poeta Montero Moya
El número 5 de la calle Merced Baja de la capital jiennense, muy cerca de la vía urbana a la que da nombre, fue el escenario del último suspiro del escritor iliturgitano
Almendros Aguilar murió en una casa de la calle que lleva su nombre desde 1903, cuando el Ayuntamiento se la dedicó solo unos meses antes de dejar este mundo. No lejos, otro componente de la trimurti lírica finisecular, Moreno Castelló, bautiza la antigua calle de las Escuelas, donde moró.
Muy cerca de allí, y curiosamente desde el mismo año que la ofrecida al creador del Soneto a la Cruz (como evidencian las actas municipales consultadas por este periódico) otra vía urbana plagada de sorprendentes vistas de las torres de la Catedral recuerda a un poeta iliturgitano de nacimiento pero más jaenero que la Mella: Manuel María Montero Moya (1826-1914).
Sin embargo, ningún edificio de este punto concreto de la ciudad puede 'presumir' de haber sido lo último que viesen los ojos del autor de El faro de la infancia (por citar una de sus obras más difundidas).
Y es que, al contrario que sus colegas de versos, la existencia de Montero Moya jamás encontró domicilio tras las fachadas de su calle, si bien es cierto que no hay que andar demasiados metros para hallar el espacio exacto donde el escritor tuvo su refugio doméstico y, también, el entorno de su último momento.
Ahí está el número 5 de Merced Baja, calle a la que se asoma uno de los muchos balcones de la casona del pintor Manuel Kayser, estrecho paralelismo de su 'hermana mayor' (Merced Alta), donde un predio desfigurado por la sucesión de inmuebles ocupa, hoy, lo que antaño fue lugar de peregrinación de discípulos que, en el ámbito de la docencia o en el de las letras, acudían a visitar al maestro (en el más amplio sentido de la palabra) en su refugio doméstico.
Allí (y así lo atestigua, también, su descendiente Manuel María Morales Cuesta en su completa obra Montero Moya, vida y obra poética) dejó de existir una de las figuras más sobresalientes de la enseñanza provincial y la poesía del Santo Reino. Era un día de verano, 12 de agosto.
Días después, el Ayuntamiento de Jaén le guardaba cinco minutos de silencio en su honor y enviaba un pésame oficial a la familia, firmado por el a la sazón alcalde de la capital, el popular Manolito Ruiz Córdoba.
Anodina, estéticamente desafortunada incluso a día de hoy, nadie le quita a esa casa el honor de haber albergado la remota estela del aliento último de un poeta ya histórico. Y de aquí.
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