Toda una plaza de Sevilla a los pies de un alcalaíno

La estatua en honor del gran escultor Juan Martínez Montañés, obra del hispalense Agustín Sánchez Cid, cumple un siglo de presencia en la capital andaluza

Cien añitos de nada, un siglo con todos sus días y todas sus noches lleva el alcalaíno Juan Martínez Montañés (Alcalá la Real, 1568-Sevilla, 1649) en lugar privilegiado de la sevillana Plaza del Salvador, esa ágora festiva a cuyos locales hosteleros conducen todos los caminos y, para muchos, visita irremediable en cuanto se toca suelo hispalense. 

Sí, a los pies de la iglesia que le da nombre, el 'Dios de la madera' (en bronce) atrae todas las miradas desde ese pedestal donde, sentado como uno más de los cientos que pueblan la susodicha plaza de día y de noche, protagoniza el paisaje.

En las páginas de Don Lope de Sosa, el cronista Cazabán aclara los orígenes del homenaje urbano al portentoso escultor, cuya estatua firmó el sevillano y académico de Santa Isabel de Hungría Agustín Sánchez Cid y Agüero (Sevilla, 1886-1955):

"El monumento a Juan Martínez Montañés, ha sido costeado por suscripción popular, y ocupa el centro de la típica plaza del Salvador (...) La estátua es de bronce y va colocada sobre un bloque, cuadrangular, de piedra. En los cuatro ángulos de ese bloque, corgados a bisel, lleva angelotes, en la misma piedra esculpidos y pulimentados. Una cartela en el frente del pedestal, dice: 'Juan Martínez Montañés'; en la parte opuesta, otra, con el escudo de Sevilla; y en las caras laterales, guirnaldas de frutas".

En la ciudad de la que fue vecino, para la que talló algunas de las imágenes más hermosas de su Semana Santa (verbigracia, Jesús de la Pasión) y un buen puñado de prodigios escultóricos como la 'Cieguecita' de la Catedral, un IES lleva su nombre, lo mismo que una calle de su casco antiguo, y una placa recuerda, junto a la Plaza de la Magdalena, que sus restos inmortales recibieron sepultura en la antigua iglesia dedicada a la piadosa mujer. 

De tapeo, de cañas o simplemente paseando su amplitud, ningún jiennense podrá sentirse solo, extranjero, en el Salvador, donde toda una plaza de la mismísima Sevilla se rinde a los grandeza de un alcalaíno.