Una ciudad con relojes para dar y tomar... ¡las uvas!
La capital jiennense posee ocho particulares 'Puertas del Sol' para quienes opten por tomar las uvas y recibir el nuevo año a pie de calle
¡Será por relojes! Hasta ocho convencionales, uno oficial (que no se ve) y uno solar configuran el catálogo de marcadores públicos de la hora en la capital jiennense.
Diez piezas que ofrecen sendas posibilidades a quienes gusten de tomarse las uvas a pie de calle, eso sí: ninguna de ellas en la Puerta del Sol de Jaén, que también la tiene, frente al histórico Pilar del Arrabalejo, sin esfera alguna para que Emilio Lara se cuaje una novela de las suyas con un José Rodríguez Losada de aquí como protagonista.
El singular itinerario cronométrico local (aviso para navegantes, o lo que es lo mismo, para creadores de rutas urbanas) permite recorrer media ciudad levantando el pescuezo con la certeza de encontrar un círculo blanco con números y manillas, y hoy que es Nochevieja Lacontradejaén repasa para sus lectores el inventario de aparatos que constelan sus alturas, esos "calabozos de aire" (en palabras de Cortázar).
De abajo arriba, la Avenida de Madrid ofrece el primer ejemplo (frustrante) para los más callejeros, con no uno sino esos cuatro vanos redondos que pueblan la torre de sabor historicista que el arquitecto Antonio Querejeta ideó para la Estación de Autobuses en 1945.
Cuatro navidades después (se inauguró en diciembre del 49), las instalaciones comenzaban a dar servicio, y también la hora gracias a los mecanismos ubicados en tres de los muros de la susodicha torre.
Ojo al dato: hoy mismico, la terna al completo va a su bola y cada uno de ellos marca una hora distinta, en tanto el hueco que mira de frente hacia la avenida (donde nunca hubo reloj, por cierto, sino un perdido anagrama) no es sino una redonda y blanca ausencia inquietante como los ojos de Uma Thurman. O sea, que para celebrar el año nuevo, ¡nanay!
Tal cual ocurre en pleno Paseo de la Estación, cuyos números 26 y 28 se corresponden con un hermoso edificio erigido en plena Transición para albergar las oficinas de la hoy extinguida Caja de Ahorros de Ronda, aunque actualmente sigue dando cobijo a una entidad bancaria.
Céntrico donde los haya, el inmueble (que tiene entrada también por el número 2 de la calle Santo Reino) cuenta en su coronación con una esfera de reloj de lo más particular, si se atiende a que desde hace alrededor de una década le faltan las manillas:
"El banco, que es el propietario, se las quitó porque se habían doblado y existía peligro de que se cayeran y provocaran un accidente", confirma a este periódico Mateo Herrera, uno de los vecinos más veteranos del señorial predio. Segunda decepción.
En la acera de enfrente y algo más arriba, a la altura del número 7 del antiguo Paseo de Alfonso XIII, la residencia de mayores de las Hermanitas de los Pobres luce un estupendo reloj que asoma su numeración árabe hacia el amplio jardín del hogar. No siempre estuvo ahí, bien lo saben quienes disfrutaron de las sesiones del Trianón, cine frontero al asilo, desde donde se veía sin dificultades su fachada.
Pero a día de hoy y desde hace décadas es una envidiable e íntima opción para los residentes más intrépidos o menos aquejados por los achaques, que tienen en este ensolerado edificio de finales del XIX (con la firma de Justino Flórez Llamas) un potencial escenario festivo resguardado de miradas indiscretas.
Ya en la Plaza de la Constitución, esquina con San Clemente, otra entidad bancaria da la hora gratis (¡y sin comisión alguna!) a los jiennenses, desde la cumbre de un inmueble varias veces remodelado pero cuyo origen se remonta a mediados de los 50 del pasado siglo.
A un tiro de piedra, la basílica San Ildefonso proclama la hora a campanazo limpio al abrigo del chapitel que, allá por el XVI, le diseñó Sebastián de Solís, vecino de la parroquia afincado en la calle Hurtado.
Hasta no hace muchos años, cada mediodía, no faltaba a su cita con los oídos de aquí una entrañable alabanza a la Virgen de la Capilla que las décadas se encargaron de apagar poco a poco hasta su definitivo silencio, salida de ese reloj parroquial.
Nada queda hoy de aquel cántico, pero lo que es voz de bronce no le falta y, para la noche de San Silvestre, seguro que más de uno hace caso omiso de la oferta mediática y despide 2022 con la única compaña del ladrón que desde hace siglos culmina uno de los contrafuertes del templo, inmortalizada en piedra la cabeza de la criatura. Aunque solo sea por eso, ya ha pagado su deuda con la sociedad, ¿no?
Carrera de Bernabé Soriano arriba, el indeciso buscador de relojes hallará uno de los más señeros de la capital en el palacio de la Diputación.
Pieza no incluida en el proyecto original de Jorge Porrúa (de finales del XIX) pero que una vez colocada bajo el flamante templete, allá por 1915 (el año del nevazo más grande que ha vivido la ciudad), gustó tanto a los jiennenses como la Torre Eiffel a los reticentes parisinos cuando, una vez erigida, se negaron a sí mismos para deshacerse en elogios hacia tamaña virguería, tan criticada al principio.
1.935 pesetas costó el reloj, original de la casa madrileña Girod, que en más de una ocasión hace llegar pronto (casi siempre tarde) a quien confía en él, de tanto como se para o equivoca. Pobretico.
El final de este cronométrico paseo aguarda en la Plaza de Santa María, donde al igual que ocurre con la coincidencia de edificios oficiales, concurren nada más y nada menos que tres medidores del tiempo.
Uno de ellos, hasta con vivienda a su nombre, la casa del reloj, también conocida popularmente como casa de las Heras en referencia al que fuera su propietario, hombre del gremio y consumado tirador Eugenio de las Heras.
De 1906 data el inmueble en cuestión, que sin embargo y por mucho que su denominación más conocida lo desmienta, no ha recuperado el aparato en su parte más alta hasta hace nada y menos, cuando concluyó su restauración.
Cerquísima, el Ayuntamiento, con el aspecto que le trazó a mediados del XX el arquitecto municipal Antonio María Sánchez, pero que siempre tuvo medidor del tiempo, incluso en los tiempos de la fachada de Agustín Eyres, de principios de los locos años 20.
Más de uno de los que ya peinan canas recordarán aquel reloj cubierto por un cristal tan velado como las gafas de la vieja del visillo, hasta que no hace muchas décadas alguien tuvo la feliz ocurrencia de sustituirlo por otro descubierto, en cotidiana competencia con su vecino de la torre de la Catedral.
Ya en el XVI, como constata el investigador Francisco José Martínez Asensio, un reloj indicaba la hora en la fachada del viejo templo gótico, con un tal Juan de Biedma como encargado ex profeso para su puesta a punto. Pero no sería hasta tiempos decimonónicos, a mediados de siglo, cuando el canónigo turolense Francisco Civera donara a los jiennenses el que todavía marca las horas.
Un regalo de 5.973 reales con 80 céntimos que el donante procuró que se mantuviese ignorado y que, según se detalla en las páginas de Don Lope de Sosa, salió del taller de Gregorio García, en plena calle Maestra, a base de materiales de primera calidad traídos desde París. Una calle, la popular Espartería, agradece al sacerdote este y otros detalles con su tierra adoptiva.
Andando los años la pieza necesitó diferentes restauraciones que dieron en lo que hoy es pero, en esencia, ahí está aquel antañón notario de minutos que durante muchos años brilló con luz propia la Madrugada de El Abuelo y, esta Nochevieja, retoma el protagonismo del que disfruta desde su colocación.
¿Para los más originales? El de sol que en la propia Catedral preside su fachada sur; o el de la torre del Concejo, en San Juan, sin 'rostro visible' pero que goza de carácter oficial, como la procesión de la tarde del Viernes Santo. ¡Será por relojes!
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