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EN BUSCA DEL CONDESTABLE IRANZO

Por Javier Cano - Julio 20, 2024
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EN BUSCA DEL CONDESTABLE IRANZO
Lacontradejaén, en el osario de la Catedral donde posiblemente estuvieron, y quizás aún están, los restos del condestable Iranzo. Foto: Joaquín Moreno.

Lacontradejaén se adentra en el osario de la Catedral jiennense, probablemente el último lugar de reposo de los restos mortales de uno de los personajes más influyentes en la memoria sentimental jaenera.

A la par, el reportaje en profundidad de este sábado aborda la presencia de don Miguel Lucas en el Jaén de hoy a través de un singular repertorio de elementos copados de curiosidades. Pasen y lean. 

Hace 551 años, 4 meses y 1 día que el condestable de Castilla don Miguel Lucas de Nieva (mal llamado Iranzo, apellido de su padrastro según sentenció el archivero Juan del Arco Moya en el número 183 del Boletín del Instituto de Estudios Giennenses) dejaba este mundo.

Lástima que aún no estuviera en activo el insobornable Colombo, quien a buen seguro hubiera identificado tanto el móvil como a los autores material e intelectual de su asesinato en las gradas del antiguo altar mayor de la Catedral de Jaén (más o menos en el espacio que actualmente ocupa el presbiterio) y, de paso, habría ahorrado a los historiadores un caso que, a día de hoy, tantísimo tiempo después, sigue plagado de flecos. 

La cuestión es que aquella mañana de 1473 el conquense de Belmonte (o de Belmontejo, que en esto también hay división de opiniones) salió de su casa para no volver nunca, desangrado, irreconocible y con los sesos fuera como dicen las crónicas que quedó tras recibir el leñazo monumental de la empulguera de una ballesta (o lo que es lo mismo, la "extremidad de la verga" de dicha arma, con palabras de la RAE).

Sorprende sin embargo que un personaje de tal calado, protagonista de una auténtica hagiografía medieval como son los Hechos del condestable en sus diferentes ediciones, pasara de esta a la otra vida así, sin más, como un muerto cualquiera de su época cuyos despojos acabasen en la fosa común del olvido. 

¿Cómo es posible que la calavera de don Miguel, con su correspondiente ballestazo (así se describe en la nota marginal de uno de los manuscritos de los Hechos) no haya llegado al siglo XXI teniendo, como tuvo, sepultura noble en el templo mayor de la diócesis?

Y es que, puestos a indagar en la presencia del personaje en el Jaén de hoy (que haberla hayla), lo cierto es que se echa en falta ese cráneo, prueba irrefutable del crimen y, además, entrañable resto de quien puebla tantas y tantas páginas de la historia jiennense. ¿Qué pasó con la cabeza del condestable, dónde está?

Sí es posible indicar dónde estuvo, tomando como fuente lo que al respecto ha quedado negro sobre blanco, textualmente: "Fue enterrado en la capilla deste linaje de Torres, que es en la iglesia mayor", se indica en un apéndice del manuscrito del IEG.

"(...) Fue sepultado en la capilla de los Torres de la catedral y según una nota puesta al manuscrito que poseyó el Marqués de Pidal de la Cronica de aquel magnate, su calavera con las señales de las heridas está tras la tumba que hay encima de la sacristía de dicha capilla", incluye un párrafo del cronista Alfredo Cazabán rescatado de sus Cosas de antaño (edición de 1892), donde ofrece una ubicación concreta como enterramiento del que fuera alcaide de las fortalezas de Jaén, Alcalá la Real y Andújar.

Lo de 'concreta' es un decir si se tiene en cuenta que en esto de situar las capillas de la fábrica gótica también hay cierta disparidad. ¿Que no? El mismísimo deán Martínez de Mazas, en su Retrato al natural de la ciudad y término de Jaén (de finales del XVIII), ubica la citada capilla (en la que el finado recibiría tierra) en lo que hoy es la nave de la epístola, o sea, la derecha según se entra por la Plaza de Santa María.

Si se siguen a pie juntillas las orientaciones de este ilustrado hombre de Iglesia, Iranzo estaría enterrado (al menos inmediatamente después de su defunción) junto con su familia política, los Torres de Portugal, en la capilla de Santa Catalina: más o menos entre el actual altar de la Virgen de las Angustias y la entrada a la sacristía y el museo catedralicio. 

Por su parte la recordada profesora de la UJA Luz de Ulierte (Villacarrillo, 1949-Jaén, 2023) remite en su trabajo de 2007 Capillas y retablos de la Catedral de Jaén (aparecido en el número 3 de la revista Elucidario) a la nave contraria, es decir, la del evangelio. 

Allí, a partir del libro de visitas de la Catedral de 1539, la docente sitúa el mausoleo de los Torres, cuyas capellanías dotó precisamente el hijo del condestable, que antes que fraile fue cocinero (es un decir, porque terminó vistiendo el hábito franciscano en tierras cordobesas).

Dos puntos distintos del templo, pero la cosa no acaba ahí, que hay más. Un paseo por las páginas de Descubriendo una ciudad medieval a través de su historia ignorada: Jaén y Teresa de Torres, de la doctora María Consuelo Díez Bedmar, asienta la última morada de Miguel Lucas en otra parte de la Catedral:

"Sólo se puede apuntar que la primera decisión que parece tomar [la condesa] es la de enterrar a su difunto esposo en la capilla del linaje de Torres, es decir, en la capilla de la Magdalena de la catedral, y no en la de San Lucas, que Miguel había estado utilizando como capilla familiar, tal y como se comprueba en la Crónica".

¿Dónde estaba? De la magdalenera, ni rastro y de la que lleva el nombre de la feria de octubre, la profesora de la Universidad de Cantabria Begoña Alonso Ruiz da noticia en La Catedral gótica de Jaén, publicado en el número 26 de Laboratorio de arte, en 2014. A priori, exigua información como para ubicarlas, ni siquiera aproximadamente, en la actual iglesia mayor. 

 Uno de los sacos que guardan huesos en el osario de la Catedral, en la estructura interior de la cubiera de la sacristía. Foto: Javier Cano.
Uno de los sacos que guardan huesos en el osario de la Catedral, en la estructura interior de la cubiera de la sacristía. Foto: Javier Cano.

¿EN EL OSARIO DE LA CATEDRAL?

Sea como fuere, lo que queda claro es que a don Miguel le sobraban tumbas y que en una de ellas, bajo las bóvedas antiguas de la desaparecida estructura gótica, tuvo lugar su sepelio. 

Se puede afirmar igualmente que en tiempos del primer marqués de Pidal (mediado el XIX) había constancia de la existencia de los restos mortales del condestable y hasta de su sepultura originaria. Es de suponer (con todas las precauciones) que la construcción a partir de Vandelvira obligó a la reubicación de los restos de las tumbas de la Catedral en diferentes espacios pero, ¿a dónde fueron a parar los de don Miguel Lucas, andando el tiempo? 

La respuesta viene de la mano, otra vez, de don Alfredo Cazabán, que en la página 264 de su revista Don Lope de Sosa, correspondiente al mes de septiembre de 1924 (hace prácticamente un siglo) asegura, con la lonja del mediodía de la Catedral como objeto de su argumento:

"A la altura de la lonja están la ante-sacristía, la sacristía y la Sala Capitular con el famoso Altar de San Pedro de Osma. Y arriba, la mitad de la bella galería (la otra mitad corresponde al muro que forma el ángulo), y tras ella un extenso local, osario de los restos de los antiguos cementerios, interior y exterior, de la Catedral Vieja (sic)".

Sí, sobre la elegantísima arcada que asoma sus impresionantes vistas al sur de Jaén (en el primer tramo de la Carrera de Jesús esquina con la calle Almenas) el templo custodia, entre firmes vigas, un buen número de humanos fémures, tibias, húmeros, vértebras..., al lado de los mansos cadáveres de alguna que otra malograda paloma. 

"Creo que ese osario se creó en el XIX", explica a Lacontradejaén el deán, Francisco Juan Martínez Rojas, a cuya gentileza debe este periódico la posibilidad de adentrarse en dicha estancia. Una aventura que no hubiera sido posible sin la inestimable colaboración de los sacristanes, Rafael Cañada (que gestionó la visita) y Joaquín Moreno, quien el pasado miércoles día 10 abría a este medio de comunicación el camino que conduce hacia las techumbres catedralicias. 

Tras tomar el ascensor que asciende a las galerías altas y recorrer su recinto expositivo, una puerta de cuarterones da paso a una escalera tan prácticamente vertical como la del sueño de Jacob (en 1968, el canónigo Guillermo Álamo Berzosa la describió como "una escalerilla de caracol (...) sobre la bóveda de la Sacristía Mayor (sic)".

Una escalada prudente desemboca (a través de una justísima abertura no sin riesgo de un buen chichón de parte de un macizo maderamen) en la antesala del interior del tejado, digno de un cuadro de Valdés Leal. 

Impresionante y sobrecogedora infraestructura que une a su lóbrega iluminación natural un contenido no menos inquietante: bolsas y bolsas repletas de osamentas, que se multiplican también (libres ya de sacos) en el suelo de la incómoda estancia en cuanto la mirada se acostumbra a tanta sombra. 

Allí debió dar con sus huesos (nunca mejor dicho) el condestable, a quien todo hace suponer desahuciado de la paz de su cripta en plena transformación de la iglesia, ya en tiempos de los obispos Luis de Ossorio y Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, en las centurias del XV y el XVI.

¿Dónde estuvo hasta su posible reubicación en el osario? Este periódico promete dedicar muchas horas de búsqueda en el Archivo Histórico Diocesano, a ver si suena la flauta. Pero suponiendo incapaces de la más mínima irreverencia a los responsables de la Catedral a lo largo de los siglos, todo apunta (lejos de cualquier certeza) que el cráneo de Iranzo habría pasado por más de un rincón del templo mayor a lo largo y ancho de los siglos y que pudiera hallarse, todavía, bajo las tejas de aquella cubierta.

O no... "No quedan prácticamente restos, porque cuando hubo Medicina en Jaén, hace muchos años, se los llevaron los estudiantes cuando se estudiaba en el antiguo Colegio Universitario, creo que primero de Medicina, aproximadamente entre 1975 y 1978; una de las asignaturas era Anatomía, y por eso la gente subía a por huesos, para las prácticas", aclara Martínez Rojas. A seguir buscando, pues.

 A la izquierda, retrato idealizado del condestable, obra de Francisco Cerezo, y a la derecha el retrato de Bonifacio Gutiérrez que sirvió de boceto al pintor villargordeño. Fotos: Javier Cano.
A la izquierda, retrato idealizado del condestable, obra de Francisco Cerezo, y a la derecha el retrato de Bonifacio Gutiérrez que sirvió de boceto al pintor villargordeño. Fotos: Javier Cano.

LA 'OTRA CALAVERA' DEL CONDESTABLE

Quienes gustaban de tomarse un café (o lo que se terciase) en los historicistas salones del Parador Nacional de Santa Catalina quizá se hayan sentido atraídos, en alguna de esas ocasiones, por un óleo sobre tabla en el que se representa a don Miguel Lucas de Nieva.

Un cuadro, por cierto, que si durante décadas encandiló la mirada de propios y foráneos, a día de hoy resulta tan difícil de localizar como los propios huesos de Iranzo.

No en vano, este periódico ha contactado con el parador a fin de confirmar la exhibición pública de la pintura en las instalaciones, sin que haya sido posible indicar, por parte del hotel, el lugar concreto donde cuelga actualmente, si es que continúa expuesto en alguna parte del recinto, duda que tampoco solventan desde el establecimiento que corona el cerro. 

Se trata de una obra del pintor villargordeño Francisco Cerezo Moreno (1919-2006), a quien (como no llegó a conocer al condestable) no le quedó más remedio que idealizar su figura cuando la Delegación de Turismo (de la que era subsecretario el jiennense Antonio García Rodríguez-Acosta —Jaén, 1921-Madrid, 2006—) le encargó que lo pintara para ornar el flamante hotel, a mediados de los años 60.

Tan magistralmente cumplió el encargo que esta pintura ha terminado convertida en una pieza icónica, y no hay más que darse una vuelta por la red de redes para disfrutarla en cuanto se escribe en el espacio de búsqueda el nombre del retratado. 

Aclarado (si es que resulta necesario) el extremo de que el maestro Cerezo no tuvo delante a su posible pariente lejanísimo (uno de los manuscritos de los Hechos, el manejado por el IEG, apunta que la madre del condestable se apellidaba como el pintor), ¿no sienten curiosidad por conocer la identidad del modelo que puso rostro y efigie a tan divulgado retrato? Porque no se lo cuajó de la nada, vaya que no. 

En los fondos del Museo Cerezo Moreno de Villatorres se conserva un magnífico dibujo a lápiz sobre cartulina, firmado por el artista y fechado en 1963, titulado Retrato de Boni.

Enigmático diminutivo que poca luz arroja sobre el personaje en cuestión, pero que ha dado pie a Lacontradejaén para indagar en su identidad: Bonifacio Gutiérrez Fuentes (Cervera, Lérida, 1923-Jaén, 2013).

Un amigo del propio Cerezo que llegó a tierras jaeneras desde su Cataluña natal para quedarse en la Ciudad del Lagarto para los restos; en 1943 ya residía en el mar de olivos y hasta figuró como uno de los artistas que exhibieron obra en la Exposición Provincial de Bellas Artes de aquel año en La Económica: en concreto 5 cuadros en los que, técnicamente, predominan el óleo y la acuarela. Sin embargo, y como constata la hemeroteca consultada, Gutiérrez no obtendría ningún premio en aquella ocasión. 

Aquí trabajó como practicante (según confirman los testimonios del crítico de arte Miguel Viribay y de Lola Serrano —hija del gran y malogrado pintor Manuel Serrano Cuesta—):

"Boni, al igual que Cerezo, era muy amigo de mi padre. Lo recuerdo perfectamente, muy guapo, peinado hacia atrás con raya en medio y un bigote muy fino; yo tenía 7 años cuando me caí a un brasero y me quemé las piernas, y Boni, que era practicante, me curaba todos los días", recuerda Serrano. 

Comenta Viribay que el oficio de Gutiérrez estaba vinculado al Cuerpo de Prisiones, aunque su afición artística lo llevaría a estudiar Bellas Artes en Sevilla y a concluir su vida profesional como profesor de Dibujo. 

Así, en sendos boletines oficiales del Estado de los años 1968, 1972 y 1976 a los que este periódico ha tenido acceso, su nombre aparece en las listas de admitidos a oposiciones de profesor de Entrada de Dibujo, de Término y de agregado, respectivamente; de igual manera, el escritor bailenense Francisco Antonio Linares lo sitúa, entre 1968 y 1974, dentro del claustro del instituto de Bailén, en cuyo curso 1973-74 ejerció como secretario.

Boni mantuvo una gran amistad con Cerezo. Una cercanía que se evidencia, incluso, en la proximidad de algunas de sus pocas obras conocidas, que junto con unas pinturas de su maestro se pueden contemplar en el retablo mayor de la parroquia de Valdepeñas de Jaén, como constata el historiador valdepeñero José Manuel Marchal. Circunstancia que se repite en el santuario bañusco de Jesús del Llano, donde conviven las firmas de ambos artistas.  

Fue también entrevistador ocasional (al propio maestro Cerezo, en la prensa provincial, en 1978) y años antes se le puede seguir el rastro, además, como poeta: ahí están sus colaboraciones literarias en la mítica revista Advinge, en cuyas páginas publicó 2 poemas (números 11 y 15, correspondientes a 1953) y, en 1954, un descriptivo texto, bajo el título Un hallazgo, en el que relata una de sus visitas al viejo estudio de Cerezo en el por entonces derrengado Camarín de Jesús, donde el artista de Villargordo tuvo su estudio y de cuya salvación fue uno de los principales responsables.

En el columbario número 80 de la sección 28 o de San Ramón del cementerio 'nuevo' o de San Fernando de Jaén descansa en paz quien prestó su rostro para que jiennenses y foráneos a partir de la segunda mitad del siglo XX pudieran ponerle refinados rasgos al más jaenero de los condestables de Castilla. Bonifacio Gutiérrez Fuentes: la 'otra calavera' de don Miguel Lucas.

 Calle dedicada al condestable, en el barrio jiennense de Santa Isabel. Foto: Google maps.
Calle dedicada al condestable, en el barrio jiennense de Santa Isabel. Foto: Google maps.

EL CONDESTABLE EN EL JAÉN DE 2024

En la edición de la prensa provincial del 21 de marzo de 1973 (justo el día que se cumplían 500 años de la muerte del protagonista de este reportaje), el historiador jiennense Manuel López Pérez (1946-2016) escribía en un amplio artículo titulado El condestable, revive

"¿Quién se acuerda del condestable...? Lo entregó todo a la ciudad y en cambio, su memoria no goza del respeto y la consideración que se merece. Salvo las dos magníficas ediciones que de la Crónica del condestable se han hecho —una en 1855 por la Real Academia de la Historia y otra en 1944 por nuestro comprovinciano Juan de Mata Carriazo— (...) poco más podemos encontrar sobre tan interesante figura".

Y continúa: "¿Qué ha pagado Jaén al condestable...? Nada. Salvo la calle que se le dedicó en el barrio de Peñamefécit, y el magnífico retrato, obra del gran pintor Francisco Cerezo, colocado en el Parador Nacional de Turismo del Castillo de Santa Catalina, no se le ha rendido aún el homenaje que merece". 

En alusión al actual Patronato Municipal de Cultura, pone de manifiesto el fallecido investigador: "Los restos de su palacio —interesantísimo ejemplar del mudéjar giennense— se desmoronan ocultos y afeados por modernas construcciones, en el actual edificio del Casino Primitivo".

¿Ha cambiado algo lo que denunciaba el autor de El viejo Jaén? ¿Qué presencia real tiene, en 2024 y en su ciudad adoptiva, el responsable de que la capital del Santo Reino viviese, a mediados del XV, un periodo áureo?

A saber: a la lista de ediciones de la crónica (que en el texto de López no incluye sendas tesis doctorales de 1983 y 1991) se añadió en 2001 la firmada por Juan y José del Arco Moya y Juan Cuevas Mata, que incorpora nuevos datos sobre la biografía de don Miguel Lucas y del propio escenario vital que capitalizó durante los 13 años que gobernó el mar de olivos. 

En cuanto al fastuoso palacio del condestable, que tras el óbito del personaje pasó a manos de los condes de Villardompardo y, luego, a los marqueses de Bélgida y Mondéjar, ha llegado hasta hoy notablemente cambiado, aunque aún es posible evocar las áulicas veladas medievales en su salón mudéjar (una de las más activas y demandadas salas de actos de la ciudad), a la sazón escenario de bailes y banquetes. En tributo a Iranzo (amigo de los libros y la cultura), la Biblioteca Pública Municipal de Jaén instalada en este edificio lleva su nombre.  

Sobre la vía urbana rotulada en su honor (travesía incluida) que López Pérez demandaba en ubicación más céntrica que el barrio de Santa Isabel, nada ha variado. Bien es cierto que a principios de los 70 del pasado siglo XX esta zona de Jaén andaba mucho más despoblada que actualmente, teniendo en cuenta que la creación de este distrito se remonta escasamente a una década antes. Al menos, no se le ha cambiado el nombre, y eso ya es un logro. 

Por otro lado, el homenaje a don Miguel Lucas tiene, aquí, perfumes hosteleros: uno de los más ensolerados hoteles de la capital luce, desde el comienzo de la Transición Democrática, el sonoro y aristocrático nombre de tan ilustre noble del Medievo. Sin duda, uno de los personajes más influyentes en la memoria sentimental jaenera.

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