UN "GIENNENSE DE PRO"
Ciento quince años después de su nacimiento y treinta y cinco de su muerte, Lacontradejaén resucita hoy la figura y el legado cultural de José Antonio de Bonilla y Mir
"Un giennense de pro". Así definió el doctor José María Sillero Fernández de Cañete (Granada, 1928-Jaén, 2015) a uno de sus ilustres antecesores al frente del Instituto de Estudios Giennenses, José Antonio de Bonilla y Mir (Jaén, 1909-1989).
Un humanista cien por cien Jaén cuyo trabajo al frente del IEG, su impulso para que algunos de los galardones más reputados de la provincia fueran realidad, la paciente brega en los archivos, los honores acumulados, una bibliografía de referencia o la defensa del patrimonio local no le han valido la entrañable recompensa de que su nombre campee sobre rótulo alguno del callejero de la capital.
Este sábado novembrino Lacontradejaén se acerca a la figura y el legado cultural del marqués de Bagnuli, depositario y transmisor de una secular y destacada dinastía jaenera cuya presencia en el Santo Reino se remonta al siglo XV, según recoge el investigador Rafael Cañada Quesada en el boletín número 172 del IEG.
ESBOZO BIOGRÁFICO
Nieto del senador José Antonio de Bonilla y Forcada (Jaén, 1838-1904) y su segunda esposa, Elena Jaén Gutiérrez, el protagonista de este reportaje era hijo de José de Bonilla y Jaén (Jaén, 1878-Palma de Mallorca, 1979) y de Catalina Mir Real (Palma de Mallorca, 1881-Jaén, 1961), cuyo matrimonio se celebró en Barcelona y del que nacieron otros cuatro hijos: Antonio (abogado, caído en la Guerra Civil), Francisco (ingeniero agrónomo) y dos gemelos, Enrique (arquitecto) y Federico (médico).
Por su presencia en el callejero de la capital y en su historia educativa, cabe destacar de doña Catalina su labor al frente de la fundación de su nombre; una entidad que, fallecida su alma máter, De Bonilla capitaneó largos años:
"Mi padre y sus hermanos dirigieron la fundación con una ilusión y dedicación tanto personal como económica, muy grande. Es muy de agradecer, porque lo hicieron de modo altruista como otras muchas actividades", testimonia su hijo Jaime en el blog de la institución.
Doctor en Derecho, abogado colegiado en Jaén, Granada y Madrid, el compromiso de De Bonilla con su patria chica discurrió por diferentes cauces: el político, como presidente de la Diputación y procurador a Cortes entre 1946 y 1949, según se detalla en la web del Congreso de los Diputados. Ejerció asimismo como vicepresidente del Tribunal Tutelar de Menores de Jaén, cargo del que dimitió en 1974.
Casado con María Moreno Abril, trajeron a este mundo a sus cinco hijos: José Antonio, María, Jaime, Carmen y Catalina Bonilla Moreno, que poblaron las amplias estancias del palacio de los Covaleda Nicuesa, su casa desde que el abuelo, el ya citado José de Bonilla y Forcada, lo adquirió a finales del XIX a una sobrina de Manuel Jontoya Taracena (Madrid, 1819-Jaén, 1890), su heredera.
Junto con este predio, el apellido De Bonilla se vinculó durante siglos a más de una casería de los pagos de la Ciudad del Lagarto.
Por aquellas estancias palaciegas de la calle Ramón y Cajal a la que desde 1922 le sostiene el nombre una soberbia placa salida de los talleres talaveranos de Ruiz de Luna pasó más de un maestro para impartir clases particulares a los vástagos de don José Antonio y doña María, entre ellos el recordado docente jaenés Juan Ayala Martínez (Jaén, 1909-1994).
El 28 de marzo de 1989 cerró los ojos José Antonio de Bonilla y Mir para siempre. Sus restos descansan en el panteón familiar del viejo cementerio de San Eufrasio.
"Hoy, que se encuentra definitivamente ausente, se acerca a mí su recuerdo en el vahído gris de la tarde, mientras se diluye su ligeramente encorvada silueta con el sigilo casi peregrino de un hombre al que jamás escuché hablar con reticencia alguna de los demás, fuera uno u otro el credo que cada uno sostenía", lo evocaba el pintor, crítico de arte y académico ubetense Miguel Viribay, y concluía con su recuerdo a ras de labio:
"Me exigió en el trato un tuteo que no supe darle. Su edad y la mía eran diferentes; exactamente igual que otras
cosas, pero los hombres de bien sólo merecen el trato que su ejemplar vivir exige, y José Antonio de Bonilla y Mir fue un hombre de bien, enamorado de estas tierras, a las que después de dejar muchas cosas ha querido dejar también su cuerpo para siempre".
VOLCADO EN JAÉN
En su puesto de máximo responsable de la Administración provincial alumbró hitos como el propio Instituto de Estudios Giennenses, del que siempre fue considerado consejero fundador, así como de su prestigioso boletín (publicación imprescindible para conocer el pasado y el presente del mar de olivos); metió el hombro reciamente para que Jaén de piano y Cronista Cazabán de investigación y se dejó la vista entre legajos para recuperar la historia de aquí:
"Yo recuerdo cómo Bonilla y Mir, en aquellas frías estancias de las galerías altas de la Catedral de Jaén, luchaba con un grupo de jóvenes investigadores para salvar el tesoro documental de las actas capitulares y los innumerables legajos de inestimable valor que bien fueran bulas o cartas reales o contratos o cuentas de la fábrica catedralicia o de los más importantes templos de la Diócesis; a través de esos y otros más diversos documentos se ha ido conformando toda una realidad de escritos, de libros y de estudios", evocaba José Chamorro Lozano en las páginas del especial que el IEG le dedicó con motivo de su fallecimiento.
El que fuera cronista oficial de la provincia entre 1974 y 2006 apostillaba: "Pero no fue sólo esta realidad accidental, sino que Bonilla y Mir consiguió localizar y reordenar todo el enorme testimonio de los archivos de protocolos notariales que encontró en un lugar inmundo y casi abandonado de la ciudad, consiguiendo adecuar en un edificio digno la custodia y catalogación de dichos documentos".
Gobernador de la Santa Capilla y Noble Cofradía de la Limpia Concepción de Nuestra Señora, aunque en algunas publicaciones se le considera poseedor de la encomienda de Carlos III (condecoración 'familiar' para los Bonilla, si se tiene en cuenta que varios predecesores de don José Antonio la lucieron) lo cierto es que este periódico no ha podido certificar que el jiennense contara con ella entre su vasta nómina de reconocimientos.
Sí llevó las insignias de las reales academias de la Historia, Bellas Artes de San Fernando y de de Santa Isabel de Hungría, en Sevilla; de la Real Hispano-Americana de Cádiz; Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, a las que perteneció, lo mismo que al Instituto Internacional de Genealogía y Heráldica.
Un campo este en el que, al igual que en el histórico, brilló con luz propia, en el que dejó una amplia bibliografía y en el que se movió como pez en el agua. No en vano, quien fue también benemérito de la Real Asociación de Hidalgos de España fue creado (por el Real Decreto 3405/1981) marqués de Bagnuli.
Título nobiliario rehabilitado, procedente del antiguo ducado de la misma denominación, que Juan Carlos I otorgó al insigne De Bonilla y Mir "para sí, sus hijos y sucesores", según detalla el BOE número 24 de 1982. Actualmente pertenece a su hijo primogénito y tocayo.
En las vitrinas de su palacio, además, figura gran cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, que le fue concedida en su categoría máxima, por el actual rey emérito, a cuenta del Real Decreto 2757/1982, de 25 de octubre.
Un "giennense de pro" de que el no menos excepcional marteño Manuel Caballero Venzalá escribió, con necrológico aliento: "No dudamos en considerarlo como uno de los mejores servidores de la cultura giennense de nuestro siglo".
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