ARREGUI: EL LADO HUMANO DEL MITO
En el año en que el legendario futbolista hubiese cumplido 95 otoños, Lacontradejaén pisa el césped de la memoria para trazar su perfil más personal de la mano de los emotivos testimonios con los que familiares y testigos de sus proezas (en el campo y en la calle) evocan al eterno '9' blanco
Decía Chaplin (y sabía bien de lo que hablaba, vaya que sí) que una sonrisa dura un segundo pero que su recuerdo, a veces, nunca se borra.
Parecía como si el gran Charlot sostuviese entre sus manos una fotografía del protagonista de este reportaje mientras pronunciaba tan preciosa sentencia, una foto cualquiera del recordado Arregui entre tantas como circulan por las redes y en las que el ariete vasco (más de Jaén que la calle Almenas) sonríe abiertamente, francamente... Esa sonrisa todavía tan intacta como la que Octavio Paz poetiza en La cara y el viento. Para muchos, el espejo del alma.
En este 2021 de pandemia remolona en que el eterno '9' de un brevísimo Real Jaén de Primera hubiese soplado noventa y cinco velas, Lacontradejaén entra en el terreno de la evocación para ponderar no al futbolista (que también), sino al hombre.
Sí: hoy, este periódico recuerda al mito local, a aquel mozarrón de 182 centímetros de sombra que dejó perfume de honradez en el campo y en la calle, a ese caballero del fútbol que con solo cuarenta años de edad perdió el balón de la vida en el área contraria de una curva y que, en palabras de su hijo Ángel María Arregui Sierra (Andújar, 1953) a este periódico, "era un bálsamo para todo el mundo". Una leyenda de aquí cuyos filantrópicos gestos rescatan de la intimidad de sus protagonistas estas páginas digitales.
APUNTE BIOGRÁFICO
Antes de entrar de lleno en la humanidad de Ángel María Arregui Ergüín (Mondragón, Guipúzcoa, 1926-El Carpio, Córdoba, 1967), cabe recordar que de su trayectoria deportiva ya se ha escrito y se ha dicho casi todo a estas alturas del 'partido'.
Sabido es que desde sus comienzos en el campo de fútbol de su barrio natal, adolescente aún en plena y dura posguerra, hasta su despedida en el club de sus amores, cuando frisaba la cuarentena, su carrera estuvo jalonada de éxitos; que su innato talento tuvo un alto porcentaje de culpa de que el equipo jiennense alcanzara la División de oro del balompié nacional en los 50; que pudiendo haberse marchado a los clubes de relumbrón que lo pretendieron, hizo gala de una fidelidad inquebrantable al conjunto de la capital del Santo Reino y, así, tantas y tantas hazañas por las que permanece vivísimo en la memoria sentimental de aquí.
Si será importante Arregui en el imaginario jaenés que hasta tiene calle propia, en la antigua travesía de San Roque, desde su aprobación por el pleno del Ayuntamiento del 13 de diciembre de 1974, según confirman las actas municipales consultadas por este periódico.
Allí, a un paso de la que fue su casa (el tercer piso de aquel antiguo número 34 de la Avenida de Madrid), campea su nombre sobre un rótulo azul presidido por el escudo de la ciudad. Un hito del que ningún otro futbolista del Real Jaén puede presumir, por más que su DNI le sitúe el nacimiento en estas tierras.
Hijo de Francisco (trabajador de la Unión Cerrajera de Mondragón) y de Andresa (ama de casa), fue, según su primogénito, "el primero en tener afición por el fútbol" en aquel hogar. Una querencia que, posteriormente, infundiría a su hermano Eugenio, que militaría también en las filas del conjunto blanco y que murió en 2010.
Como aclara Ángel Arregui júnior, Jaén entró en la vida de su padre a través de su cesión, por parte del Sevilla FC, al Iliturgi: "Los años que estuve en Andújar fueron para mí inolvidables", aseguró en una entrevista a la prensa provincial, allá por los 50, nada más firmar con el club capitalino.
Y tanto, como que en la ciudad andujareña conocería a su media naranja, Rosario Sierra Cervera, que dejó este mundo en 2006; una bellísima iliturgitana perteneciente a una conocida familia farmacéutica del municipio cuyos patriarcas eran Guillermo Sierra y Gertrudis Cervera.
Tras un periodo de noviazgo en el que no era raro verlos pasar, camino de su casa de recreo de Las Viñas o por las calles de Andújar, a bordo de una imponente Montesa o en un primitivo Renault 4/4 azul y matrícula J-11005, Ángel María y Rosario se dieron el 'sí quiero' en 1952, en una ceremonia en la que también contrajo matrimonio una hermana de la novia, Lola. Fue en la iglesia de San Miguel, y el teatro Español el mejor escenario para aquella singular celebración.
Con Rosario formaría un hogar compuesto por cuatro hijos: el propio Ángel María, María Ángeles (recientemente fallecida), Esther (la única que permanece en tierras jiennenses a día de hoy) y Guillermo. Todos orgullosos de la memoria de su progenitor, aunque ninguno de ellos futbolista: "Creo que intentó no inculcarme a mí, que era el mayor, ninguna afición por el fútbol; quería que estudiara, que todos sus hijos estudiáramos", indica Arregui Sierra, y apostilla:
"Mi padre no pasó por la Universidad, creo que siempre se sintió, en ese sentido, algo inculto y procuraba fomentar su estudio personal en casa con revistas y libros. En aquellos tiempos recuerdo que el National geographic o el Life eran poco accesibles, y los teníamos en casa. Tenía inquietudes culturales, pero yo creo que era un poco por sentirse valorado culturalmente, y pretendía que nosotros sí tuviésemos estudios".
LA HUMANIDAD DE UN MITO
Amable, simpático, muy afable y cariñoso lo recuerda su hijo mayor, y rememora: "A veces me llevaba con él y, un poco, detestaba yo hacerlo, porque no había manera de llegar a casa, lo paraba todo el mundo. Yo era un crío entonces, y eso me llamaba la atención".
Es la visión de un niño, prácticamente calcada a la que expresa Guillermo Sierra Cervera, cuñado de Arregui, cuando se le pregunta por su hermano político:
"Era una persona excelente, extraordinaria, y como deportista era el gran caballero del fútbol [no vio ni una sola tarjeta amarilla mientras militó en Primera División], muy querido por todo el mundo, en Jaén, en Andújar, en Zarauz [lugar de veraneo de los Arregui Sierra, en tierras vascas], en Mondragón..., en todos los sitios a los que íbamos lo querían muchísimo. Parábamos en los bares cuando íbamos a Zarauz, recuerdo que en Burgos, para comer cangrejos de río, y hasta allí lo conocían".
Guillermo Sierra evoca su cotidianidad junto a la leyenda del fútbol jiennense: "Yo tenía entonces cinco años, y él iba a casa a ver a la novia. Yo lo quería muchísimo, siempre estaba con ellos. Cuando iba a Córdoba, me recogía en Andújar y lo acompañaba. También me iba con él a Zarauz, y si jugaba contra el Real Madrid (ciudad en la que yo estaba interno) me recogía. Era como un padre para mí, lo era todo, siempre estaba con él, le tenía todo el cariño del mundo. Cuando murió, para mí fue un mazazo tremendo. Yo estudiaba en Pamplona y no pude venir al entierro", lamenta.
Está claro que la compañía de los niños le agradaba; con ellos (cuentan) iba a bañarse al Jándula, al Encinarejo y al río, echaba carreras y lo pasaba en grande. Era el animador en los trayectos y, lejos de la infancia (afirma su primogénito), con quienes más se volcaba era con la gente humilde:
"Recuerdo que uno de sus mayores amigos era un ciego que vendía cupones, era con los que mejor se llevaba, se sentía muy identificado con ellos. Yo creo que en cierto modo era por un defecto deportivo que él tuvo; cuando recibía un golpe fuerte en la cabeza, se quedaba sin visión. En alguna ocasión le pasaba, eso nos lo contó mi madre. Se quedaba despistado en el partido por ese motivo, y no sé si eso le hacía sentir por los ciegos cierta cercanía, se identificaba con el sufrimiento que les producía la ceguera". Empatía, hablando en plata.
Creyente y practicante, "no perdonaba la misa de doce del domingo" con su prole, que lo mismo escuchaban en la Catedral que en la parroquia de San Juan.
Pero son un par de testimonios (entre los muchos que el paso del tiempo se ha llevado para siempre a las tumbas de sus amigos, conocidos o seguidores) los que, al menos, sirven para trazar el verdadero perfil humano de Ángel María Arregui, que según su cuñado era de todo menos "presuntuoso". El propio Guillermo Sierra evoca una anécdota que deja claro el talante del futbolista y su atención hacia los problemas ajenos:
"En Jaén capital le limpiaba los zapatos un limpiabotas, que no tenía cepillo para dar el betún. Él se dio cuenta y, en un viaje que hizo a Ceuta (porque en España, en esos tiempos, no había) le trajo un cepillito y se lo regaló. Tenía esos detalles, siempre ayudaba a la gente, estaba pendiente de todo el mundo".
Viajes, por cierto, que el cuñado del deportista no olvida porque, como él mismo relata, "cada vez que iba volvía con chicles Bazooka, que no había aquí tampoco": "Yo era un criajo, y cuando me los traía era una fiesta para mí".
El otro testimonio es elocuente de la admiración que una legión de jiennenses sintió hacia el recordado delantero, cuya vigencia en la memoria sentimental de la ciudad continúa vivísima, lo mismo que en Joaquín de la Chica (tristemente desaparecido en 2017) y José Alcalde, dos vecinos de la ciudad que jamás olvidaron los gestos de su ídolo hacia ellos. A principios del siglo XXI, De la Chica quiso dejar por escrito su emocionante experiencia:
"Mi mayor deseo es que ustedes, ciudadanos, sepan la clase de persona que fue este caballero en sus tiempos (...) Arregui, yo fui un seguidor tuyo que tenía seis años (como yo, todo el colegio de Santo Domingo, que nos pronunciaban hospicieros por ser huérfanos de padre), y tú, como bien digo y no me cansaré de publicarlo al prójimo, ibas todos los domingos, cuando terminabas de tu compromiso con tus compañeros, a hacernos unas horas felices y a llevarnos balones y comida, ya que la necesitábamos mucho por estar encerrados como pájaros en jaula, pero nadie se daba ese mal rato por nosotros".
Y continúa: "Por eso, Arregui, donde estés quiero que sepas (...) que no me canso de recordarte con cariño y amor ya que fuiste un futbolista bueno, sincero y sobre todo humanitario". Para finalizar su escrito, sentencia: "Arregui, siempre en tu recuerdo los niños de Santo Domingo, hoy con 65 y 63 años, que lo son Joaquín de la Chica (conserje del cementerio) y José Alcalde, sepulturero del mismo. Así que Dios todavía nos tiene juntos y a cada paso que damos te vemos en la lápida", concluye.
LA VIDA TRAS COLGAR LAS BOTAS
El final de su trayectoria como exitoso jugador (pichichi de Segunda, convocado por la Selección Española en el 53...) se produjo en la temporada 1963/64. Contaba entonces treinta y siete años y su vida profesional abrió nuevos caminos, en los que ese don de gentes, ese carisma especial que recuerdan quienes lo trataron tuvo un papel muy importante.
Así, Arregui se inclinó por el sector de las representaciones, que ejerció como delegado de Fagor en Jaén y, también, de la firma vasca Manufacturas Arregui, dedicada a la fundición y laminación de acero y cuya coincidencia de apellido no era más que una curiosa casualidad.
Montado en su Gordini amarillo J 26113, el ya legendario exfutbolista siguió ligado al conjunto blanco como miembro de su directiva siempre que el club así se lo pedía. No en vano, la fidelidad inquebrantable hacia el equipo jiennense fue una constante en su vida, hasta el punto de rechazar contratos más que suculentos con el único objetivo de seguir en las filas del Real Jaén.
Eso sí: una cosa es la gratitud del bien nacido, que demostró a espuertas por su tierra adoptiva, y otra muy distinta la querencia eterna a su patria chica, que no se debilitó jamás: "Nunca perdió el contacto con su tierra natal, se sentía muy vasco y cuando íbamos todos los veranos a Mondragón y a Zarauz, al pasar por la casa de fielato de Álava a Guipúzcoa, se le saltaban las lágrimas, porque entrábamos en su tierra", certifica su hijo mayor.
Para entonces, Rosario Sierra ya había dado muestras de su espíritu emprendedor al abrir un establecimiento en plena calle Virgen de la Capilla esquina a la calle Nueva, que muchos lectores recordarán: Boutique Arregui. La trágica muerte de su marido la obligaría, luego, a hacerse cargo de las representaciones que él ejercía.
Posteriormente, la esposa de Arregui atendió, hasta su jubilación, un comercio de decoración perteneciente a una franquicia catalana, Tronc, en el mismo pasaje del Paseo de la Estación que el cierre de otra leyenda de aquí, Casa Paco, ha puesto de rabiosa actualidad estas últimas semanas.
En 2006, esta compañera de alegrías y fatigas, que mantuvo en la puerta de su casa de la calle Millán de Priego un significativo 'viuda de Arregui' hasta el final, exhaló su último aliento.
"ARREGUI HA MUERTO"
Treinta y nueve años descansaron los restos mortales de Ángel María Arregui en el viejo cementerio de San Eufrasio, donde recibió sepultura un sábado 6 de mayo de 1967, justo al día siguiente del terrible accidente de tráfico que segó su existencia con solo cuarenta años de edad.
Una auténtica tragedia que conmocionó a la ciudad nada más conocer la increíble noticia. No ocurrió a bordo del Gordini, sino en un Renault 8 matrícula de Vitoria: "Era el coche de José Alberdi, un amigo de mi padre con el que viajaba ese día. Alberdi era vasco, bajó a Jaén por algún negocio y fueron a Córdoba", recuerda Arregui Sierra.
Una Córdoba a la que nunca entraron, por más que supieran el camino. La muerte, como al protagonista del poema de García Lorca, los esperaba antes de llegar, en el kilómetro 374 de la Nacional IV, en los alrededores de El Carpio, cuando un vehículo matrícula de Madrid colisionó contra su automóvil quitándoles la vida en el acto: "Era un camión conducido por un chaval de diecisiete años, que no tenía carné", señala el primogénito de Arregui.
Sea como fuere, la suerte de los conductores del camión (heridos graves) fue muy distinta de la de las dos víctimas mortales: "Fue un mazazo para toda la familia", recuerda Guillermo Sierra Cervera, una luctuosa noticia que tuvo eco en numerosos medios de comunicación de toda España. Ángel María Arregui Sierra, que por entonces tenía trece años de edad, rememora aquel fin de semana como "terrorífico":
"Yo era estudiante en Maristas, y vino a recogerme un ingeniero amigo de mis padres, de la Confederación Hidrográfica, José María Visedo, que fue el que me lo contó; me llevó a casa de los Martín Aragón, vecinos y muy amigos de mis padres, y ahí me dejaron. A la mañana siguiente, mi madre me llevó a El Carpio y estuvimos allí casi en la autopsia de mi padre, en el cementerio. Después nos volvimos a Jaén al funeral, que fue en San Roque. Fue multitudinario, ese día me di cuenta de la ascendencia que podía tener mi padre en Jaén, de lo que significaba".
Curiosamente, como informan las páginas de la prensa provincial del 6 de mayo del 67, la tarde anterior al percance Arregui jugó un amistoso en Martos, a beneficio del asilo de la Ciudad de la Peña. Otro gesto benéfico a pocas horas de despedirse del mundo.
Funerales, partidos en su homenaje de Norte a Sur y minutos de silencio o palabras de recuerdo por los altavoces, como las que el domingo siguiente a su entierro se escucharon en el campo de la Victoria momentos previos al choque entre el Real Jaén y el Iliturgi, que el equipo blanco ganó por 6 a 1; palabras que dejaron "la profunda huella de un nudo de amargura y sentimiento en las gargantas de quienes las escucharon", firmó el cronista.
En 2006, el cadáver de Arregui fue exhumado del camposanto jiennense de San Eufrasio para ser incinerado en unión de los restos de su esposa. Luego, los cuatro hijos del matrimonio esparcieron sus cenizas en la sierra de Andújar, ese territorio por el que tantas veces pasaron, felices, camino de Las Viñas y del santuario de la Virgen de la Cabeza.
Allí, al abrigo de esa naturaleza ungida por siglos de devoción, reposan los restos del hombre, esa mítica sonrisa que, como la del gato de Chesire, continúa viva aunque su dueño ya no esté.
FOTO DE PORTADA: Ángel María Arregui rodeado de miembros de su familia política. Son Carlos Sierra (médico que da nombre a un centro de salud de la ciudad); su hijo Joaquín Sierra Rubín de Ceballos; José María San Juan Rubín de Ceballos, María Rubín de Ceballos, José María Sierra Rubín de Ceballos, Juan San Juan Rubín de Ceballos, el pequeño Ángel María Arregui Sierra y Dolores Sierra Cervera. Foto cedida por la familia Arregui Sierra.
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COMENTARIOS
F.Jabier Landaluze Goikolea Mayo 18, 2022
De Angel qué puedo decir, todo bueno, pues le conocí desde que yo era un niño, fuimos vecinos, mis padres tenian una carnicería y enfrente,en la farmacia de Ruiz Torre trabajaba Angel desde chaval,era la amabilidad personificada, en una ocasión me produje un corte en la mano, fuí donde él y me hizo una primera cura, correcto y simpátco hasta decir basta, era muy querido por todos los que le conocían.
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