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'Las piedras angulares' de Molina Verdejo cumplen 35 años

Por Javier Cano - Septiembre 15, 2024
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'Las piedras angulares' de Molina Verdejo cumplen 35 años
El poeta Felipe Molina Verdejo, en un acto literario en el salón mudéjar, en 1994. Foto: Archivo de Javier Cano.

Editado por el propio autor, de cuyo nacimiento se cumple un siglo en 2024, se trata de uno de los sonetarios referenciales en la bibliografía del desaparecido poeta

"La poesía giennense de la segunda mitad del siglo XX tuvo uno de sus más genuinos representantes en Felipe Molina Verdejo (Madrid, 1924–Jaén, 21-9-1997).

Son palabras del profesor Aurelio Valladares Reguero en la segunda parte de su Panorama literario giennense (1900-1960), publicado en 2011 en las páginas del boletín del IEG; palabras que definen al también autor de Del ser y del sentir como uno de los imprescindibles de la poesía de aquí.

En esa celebrada bibliografía que, sin embargo, se puede contar con los dedos de una mano (la vieja disquisición entre calidad y cantidad) brilla con luz propia Las piedras angulares, edición de autor (Gráficas Catena, 1989) ilustrada por Juan Pedro Rodríguez, Ángel Molina, María Paz Unghetti y María del Carmen de la Torre. 

Se trata de una amplia colección de un centenar de sonetos de impecable factura que en sus ciento veintiocho páginas recogen treinta y cuatro años de producción lírica y que, en 2024, cumple tres décadas y media desde su alumbramiento. 

"Las piedras angulares tienen (...) un lugar propio y eminente en la poesía española actual", escribió el recientemente desaparecido Manuel Morales Borrero (1930-2023) en el prólogo del poemario verdejiano.

Muerte, vida, amor, afectos, paisajes vitales, fe... Temas clásicos que el poeta hace suyos en este libro en el que "las palabras de Molina Verdejo dicen mucho" y "ocultan mucho, como toda verdadera poesía", escribió Morales Borrero. Valga como ejemplo el soneto que dedica a una de sus nietas: 

¿De dónde vienes tú, de dónde vienes,
imagen recobrada, espejo mío,
al eterno fluir del viejo río
en el que tú, pasando, te contienes?

¿A qué nueva aventura me previenes
con miradas de blando desafío,
si ya es otoño de que fuera estío,
con mucha tarde gris sobre mis sienes?

La gracia de tu llanto y de tu risa
son, niña mía, un clarín sonoro
que me grita: ¡deprisa, más deprisa;

que hay en mi amanecer sueño de oro!
Pero un sabor de mar me trae la brisa.
¡Río que acaba, me detengo y lloro!

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