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'Nación salvaje' y la subversión modo Netflix

Por Pablo Díaz Tena - Octubre 23, 2022
'Nación salvaje' y la subversión modo Netflix

La película de Sam Levinson emprende la más que ambiciosa tarea de explicar dinámicas machistas insertas en la amplificación ilimitada de las redes sociales

Hay películas cuya esencia subversiva las hace inmunes al tiempo. Eso ocurre con La naranja mecánica, donde un uso paródico de la violencia en su vertiente más perturbadora —caso de la violación y el asesinato a mujeres—, nos confronta directamente con una percepción enfermiza de la barbarie —la nuestra—; no se trata de plasmar la violencia con impecable realismo, objetivándola —caso de Salvar al soldado Ryan— lo que involuntariamente corre el riesgo glorificarla, sino de conseguir el rechazo frontal de la aberración deshumanizada —y deshumanizadora— que constituye lo mostrado en pantalla.

Sí, la película de Kubrick provoca náuseas en su subjetiva materialización dionisiaca del acto violento. ¿No es acaso el mayor logro conceptual de la historia del cine que la violencia nos repugne?

Lejos de la obra inmortal del director inglés, Nación Salvaje apuesta por una aparente denuncia sin reservas del patriarcado y su violencia contemporánea —más agudizada dado su actual cuestionamiento—, pero su presunto carácter indómito se queda en mero estallido —controlado al milímetro— infantil, que a pesar de sus virtudes, es incapaz de transgredir los límites de representación que pueden infundir en el espectador el impacto real de haber asistido a una película capaz de dinamitar nuestros esquemas mentales.

La película de Sam Levinson —precedida por el 'hype' que le otorga ser el creador de Euphoria— emprende la más que ambiciosa tarea de explicar dinámicas machistas insertas en la amplificación ilimitada de las redes sociales. Desde un instituto cualquiera, las adolescentes que conforman el elenco principal cobran consciencia de que, ante unas filtraciones anónimas de sus más íntimas vivencias, la violación de la privacidad no solo supone su la exposición de su contenido íntimo ante el resto del mundo —real y virtual—, también es un mazazo de virulencia machista que se propaga en todas sus vertientes; desde micromachismos hasta el feminicidio.

El cuestionamiento de la libertad femenina para crear identidades y desarrollarlas —no se pierdan el discurso de la protagonista donde lúcidamente expone la imposibilidad de crear una identidad férrea dentro de los contradictorios parámetros patriarcales— es óbice para toda una reacción contestaria desde la más pura sororidad —eso sí, en clave tarantiniana—, que deja claro que aquí se trata hacer un arte catártico más que de captar la realidad social. Por otra parte, el hombre se presenta como un compendio de masculinidad frágil y tóxica, que en la época 'trumpiana' encuentra su legitimidad para despojarse de su máscara inclusiva y ser quien siempre ha querido ser; planteamiento coherente con las realidades virtuales y no virtuales que fluyen y se intercambian, como vemos a lo largo de la película.

Todo este mundo de realidades fragmentadas e identidades difusas encuentran en la estética y forma de Levinson un vehículo expresivo que, si bien resulta a veces abigarrado y hortera, consigue cristalizar certeramente las tensiones brutales de una sociedad que oscila entre el hedonismo posmoderno y la gélida condición trágica de la mujer que intenta ser libre. Con recursos como la pantalla fragmentada, la voz en off irónica y autoconsciente, escenas en cámara lenta, estética pulp de videoclip y un guión metadiscursivo, se hace visual el concepto de la resquebrajada definición de “lo femenino” y su odisea contemporánea, algo que constituye un logro nada desdeñable del creador de Euphoria.

El pero reside en su uso de la violencia; en las escenas donde las mujeres son objetos de la misma se decanta por un realismo frío, en la que las mujeres ejercen su derecho de autodefensa se recurre a la caricaturización recurrente del mundo del cómic. Centrándonos en el primer tipo, el salvajismo machista se objetiviza consiguiendo escenas que producen un obvio malestar, pero —como se señala al principio de la crítica— también tienen el riesgo de ser admiradas por su componente veraz. La violencia no es repulsiva en Nación Salvaje, sino que como mucho admite la catalogación de incómoda. Y la referente a la contestación feminista de trillada no merece la pena ni ser analizada.

Su guion, si bien parte de una idea genial (el fin de la privacidad y sus efectos sobre las mujeres), acaba simplificándose con el objetivo claro de adquirir más difusión, con la consecuencia igual de clara de convertir al producto en un previsible alegato feminista con aroma panfletario.

En definitiva, la película es un divertimento adolescente bien ejecutado, que a ratos parece querer salirse de los marcos comerciales, pero que acaba cayendo en todos los tópicos contemporáneos del cine de denuncia social de grandes productoras y distribuidoras. Es todo lo subversiva y revolucionaria que sus límites capitalistas la dejan ser. O lo que es lo mismo, nada.

La radicalidad artística no consiste en incomodar durante un rato y contentar a la mayoría de públicos —Kubrick bien lo sabía—; se basa en que odien tu obra hasta tal punto que necesiten vomitar sobre ella —entiéndase espero como metáfora— y que, cuando lo estén haciendo, cobren consciencia de que en realidad están expulsando todos sus prejuicios y patologías sociales, de que en el fondo, están vomitándose a sí mismos.

FICHA TÉCNICA

Título original: Assasination Nation
Año: 2018

Duración: 110 minutos

Director: Sam Levinson

Nota en IMDB: 6

Nota en FilmAffinity: 6,1

La película está disponible en Netflix

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