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"Yo he resuelto muchas averías en el sofá, dándoles vueltas"

"Yo he resuelto muchas averías en el sofá, dándoles vueltas"

Por Javier Cano - Junio 29, 2025
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Típico de aquí es que las calles sean más conocidas por su sobrenombre que por su denominación oficial, y la que la ciudad le dedicó en 1998 a don Rafael Ortega Sagrista no iba a ser menos, de manera que por más que hizo por su tierra el insigne historiador, todo quisque la llama 'la calle de Aqualia'. 

O 'la calle del taller de Andrés Hidalgo' (Jaén, 1963), ese mecánico tan ensolerado ya en esta zona de la capital que si no fuera porque todavía dejan usar los dos aparcamientos al aire libre del barrio, tendrían que construir uno exclusivo para sus clientes, de tantos como acuden a sus instalaciones para que Andrés Hidalgo Cantos, su hijo Rubén y sus trabajadores les resuciten el buga. 

—Lleva usted más tiempo en esta calle que el puente enterrado bajo la carretera del Colesterol.

—Desde el año 86.

—¿Casi cuarenta años aquí, en la misma calle, abriendo y cerrando cada día su taller?

—No, no, antes estaba enfrente del bar de mi padre. 

—El bar de su padre... 

—Barbotín. 

—¿Barbotín? Toda una institución en Jaén, y en su barrio por supuesto. O sea, que es usted hijo de Pepe Barbotín.

—Sí señor. 

—¡Vamos, que antes que fraile fue cocinero, o dicho de otro modo, que antes que mecánico fue camarero! 

—Yo nací en un bar y allí estuve hasta que me casé, con dieciocho años: me casé muy joven. 

—¿No le tiraba la hostelería como para seguir detrás de la barra?

—No, no, lo tenía muy claro.

—¿Tan claro como que lo suyo era arreglar coches?

—Bueno, mi padre decía que de chiquitillo me metía debajo de los coches; yo no me acuerdo de eso, pero él lo decía. 

—Debía de ser así, porque al final terminó metido a mecánico. ¿Cómo fueron sus comienzos?

—Empecé trabajando en Renault, con doce años. 

—¿Con doce años, señor Hidalgo? A esa edad hay quien no ha visto coches más que de juguete...

—Con doce años, con unos que hacían chapuzas para la Renault, y ya con catorce entré en la casa. 

—Una casa de la que salió mucho después, para convertirse en autónomo y montar su propio taller, ¿verdad?

—Allí estuve hasta que me salí, sí, y me establecí por mi cuenta enfrente del bar de mi padre, con un taller pequeñito en el que entraban tres coches; luego compramos otro local más abajo, en el que ya entraban seis, y en el año 2020 me vine aquí. 

—Aquellos años en la Renault fueron su universidad, entonces.

—Allí tuve grandes maestros, que son los que me enseñaron, aparte de que a mí se me daba muy bien esto; y se me sigue dando bien. 

—Por lo pronto, ahí está su taller, abierto y normalmente hasta arriba de coches: algo tendrá el agua cuando la bendicen. Pero en este trabajo suyo, ¿se termina de aprender algún día?

—Jamás, jamás, esto cada vez avanza más, ahora está el coche eléctrico, siempre hay algo nuevo y siempre te pega el coche en las orejas. 

—Los que no son nuevos en la zona, está claro, son ustedes, los Hidalgo, porque aparte de haber nacido en el barrio llevan casi cuarenta años con el taller de par en par: más de La Alcantarilla que la Fuente de Don Diego.  

—Vecinos de La Alcantarilla de toda la vida, y cuarenta años con el taller: conocemos a todo el mundo, y todo el mundo me conoce a mí también. 

—Y, de paso, el coche de cada vecino...

—Hombre, sí, casi a todos. 

—Se lo digo porque (corríjame si disparato), quizás el coche de una persona también informa de cómo es su conductor, de su forma de actuar, de sus costumbres. ¿Disparato, o no tanto?

—Sí, es así: se nota si el coche está cuidado, si el dueño es más rata... Todo influye, el coche que tenga el trato dice cómo es su dueño. 

—¿Mucha clientela entre sus propios vecinos?

—Yo tendré aquí un 20 o 25 por ciento de clientes del barrio, el resto es de fuera. 

—De fuera quiere decir de otros barrios, de otras zonas de Jaén, ¿no?

—De otros barrios de Jaén y también de algunos pueblos: tengo muchísima clientela de Valdepeñas de Jaén, de Los Villares, de La Guardia...

—Curioso, porque en esos municipios habrá talleres mecánicos. ¿Qué lleva a un villariego, a un guardeño o a un valdepeñero a coger la carretera y llevar su coche a Andrés Hidalgo? Porque ustedes son más de Jaén capital que el paso de aire. 

—El boca a boca, han venido, se han ido contentos y lo han contado. 

—Pero, ¿cuál es su especialidad? ¡A ver si va a estar ahí el secreto!

—Antes mi especialidad eran los Renault, pero llevo ya más de treinta años tocando todo tipo de coches y de averías. 

—Hay quien dice que cualquier tiempo pasado fue mejor. ¿En su sector también? ¿Se estropean más los coches ahora que antes, o menos?

—Se estropean menos, pero las averías son mucho más complicadas, porque hoy en día los coches son mucho más sofisticados, llevan muchas tonterías (hablando claro).

—Hablar de averías es, también, hablar de dineros. Con la experiencia que le da estar al pie del cañón todos los días, ¿la gente no se lo piensa y viene al taller cuando se le estropea el coche, o hay quien prefiere no calentarse la cabeza y directamente se deshace del vehículo y se mete en uno nuevo?

—Eso va en el cliente, hay gente que apuesta mucho por mantener su coche y hacerle sus revisiones a su debido tiempo y hay quien no, que primero son muchas otras cosas y el coche lo último. 

—Eléctricos, híbridos... ¿Afectan de forma sustancial las nuevas generaciones de automóviles a un negocio como el suyo? ¿Les hace poner las barbas a remojar?

—No, todavía no porque todavía hay una flota grandísima de coches antiguos (por decirlo así), pero es que además se vende aún mucho diésel y mucha gasolina. 

—Sin embargo, quien no corre vuela, es decir, que andarán ustedes aprendiendo para cuando llegue (si llega) la muerte de los coches que usan combustibles fósiles. En cuestión de una década, la normativa europea... Ya sabe. 

—Claro, pero para eso está mi hijo. Yo ya no me voy a poner al día, porque como aquel que dice me queda un afeitado, pero él sí se está poniendo al día en híbridos, eléctricos y todo eso. 

—Ahora que habla de su hijo Rubén, cabe destacar que ha seguido su camino profesional. Y su hija tampoco anda muy lejos.

—Sí, sí, Rubén en el taller y Carolina en la oficina. 

—¿Le agrada que su nene se llene las manos de grasa, o hubiera preferido para él una consulta médica, un gabinete de proyectos, la cabina de un avión...?

—Hoy hor hoy, me hubiera gustado que hubiera sido otra cosa, pero me enorgullece que siga en esto. Aparte (y está feo decirlo siendo mi hijo), es muy apañado. 

—Y no es pasión de padre, le ha faltado decir. Pero esto, Andrés, debe de ser duro, no tiene pinta de trabajo fácil ni cómodo, y de procurarles malos ratos. 

—Aquí hemos pasado de todo, claro, y además trabajar los padres con los hijos es complicado.

—¡Y cara al público! ¿Me equivoco si afirmo que tendrá usted anécdotas y situaciones para llenar veinte entrevistas como esta?

—Tengo para hacer lo que tú quieras, sí, por lo menos para dos reportajes o tres. 

—Y a pesar de los pesares, si mira hacia atrás ¿volvería a ser mecánico de coches?

—Sí, sí. Me ha ido muy bien. Se dice rápido, he tenido también muchos problemas, no ha sido un camino de rosas, pero sí, volvería a ser mecánico. 

—Cuando dice que lo ha pasado mal se refiere a los vaivenes propios de un negocio, a su condición de autónomo...

—Claro, malos momentos, y averías que no te salen bien y te vas a casa y no duermes, con la avería en la mente, toda la noche dándole vueltas: yo he averiguado muchas averías en el sofá, dándole vueltas hasta que he dicho: "¡Esto es!".

—¿Y malas rachas? ¿O todo le ha ido siempre sobre ruedas, nunca mejor dicho y profesionalmente hablando? La época de la crisis, el Covid...

—Gracias a Dios, mi negocio ha ido perfecto siempre hasta el día de hoy, nunca he tenido problemas económicos, siempre el taller funcionando perfectamente, también en la crisis. 

—Claro, por mucha crisis que se viva, los coches se estropean. 

—Aparte de eso, será por algo, porque bonicos no somos [ríe]; hemos sembrado mucho. 

—Ahora que habla de sembrar, Andrés: este trabajo suyo tiene que ser absorbente, ocupar muchas horas del día y (por lo que dice) incluso de la noche. ¿Le ha dejado tiempo para otras cosas o ha sido usted como Joselito el Gallo, torero en la plaza y torero en la calle y hasta en su casa?

—Un trabajo muy absorbente, sí, pero hoy en día no tanto; mi hijo, cuando tenemos mucho follón, me dice de trabajar sábados y hasta domingos, y yo le digo que no.

—Los fines de semana, sagrados. 

—Sí, sí. El que quiera esperar, que espere y el que no...

—Pero no siempre ha sido así, ¿o sí?

—No, ahora lo hago porque puedo, porque tengo capacidad para hacerlo. Por eso, a mi hijo le digo muchas veces que los trabajos se sacan por la mañana, no por la noche. 

—¿Cómo desconecta Andrés Hidalgo de su trabajo? ¿A qué dedica el tiempo libre?

—A estar con mi familia, con mis nietos, más agustico que nada. 

—Un abuelo joven...

—Ya digo que me casé con dieciocho años: tengo un nieto con diecinueve, otro con trece y otro con once meses [ríe, pero no como el que dice algo gracioso sino con la baba a ras de labio]. Hablar de mis nietos es lo más grande para mí. 

—Para el nieto de un mecánico, el taller de su abuelo debe de ser algo apasionante, algo así como un parque de atracciones. ¿Ha sido así para los suyos?

—Sí, a mi mayor le gusta venir por aquí, lo que pasa es que es un estudioso muy grande, está en otra cosa; aparte de eso, la verdad es que no queremos que ninguno de ellos se dedique a esto. 

—Empezamos hablando de su barrio, de su pequeño universo, y así vamos a concluir: ¿qué es para usted ser de La Alcantarilla?

—A mí me enorgullece eso, aquí he nacido, me he criado y pienso morirme aquí. 

—Antes de eso, le toca jubilarse: ¿tiene ganas, o es de los que no se imaginan sin el mono de trabajo?

—Tengo ganas, quiero perderme de aquí, lo tengo claro. Me verán el pelo por aquí, pero quiero cambiar, quitarme la obligación de venir todos los días. Quiero hacer lo que quiera. Veremos a ver, ¡lo mismo luego me entra la depre y luego me vengo aquí todos los días!

VÍDEO Y FOTOGRAFÍAS: ESPERANZA CALZADO

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