"De las cosas no importantes de la vida, el fútbol es la más importante"
Juan Carlos García-Ojeda Lombardo (Jaén, 1958) quiso ser futbolista, acabó como abogado y, entre medias, se hizo historiador y escribió versos.
Por parte materna desciende de Juan Lombardo de la Torre, aquel jaenero abuelo suyo que dejó la mejor de las huellas entre quienes se curraban la prensa provincial en los difíciles años de la posguerra, y por la paterna luce apellidos de cancerbero de Primera [José García Ojeda], un portero tan de Jaén que habiendo nacido en Écija (Sevilla) pidió que lo enterraran en la ciudad del Lagarto, como el mismísimo José Nogué pese a su sangre catalana y su vida en Roma, Madrid o Huelva.
Padre de dos hijos, abuelo de dos nietos y en el último tramo de su profesión, el letrado cambia hoy la audiencia donde despliega su elocuencia por la intimidad de su casa, para los lectores de Lacontradejaén.
—Con sus apellidos, a los más realjaeneros les llamará la atención esta entrevista en cuanto lean su nombre. Hijo de un histórico del equipo blanco, ¿no le llamó la vocación futbolera?
—Yo quería ser futbolista, no quería ser abogado: ¡era la ilusión de mi vida! No guardameta (a mi padre no le gustaba que le dijeran que era portero, decía que era guardameta), pero me gustaba mucho jugar; de hecho estuve jugando, pero mis cualidades y una lesión muy inoportuna que tuve en el astrágalo, con dieciocho años, me apartaron de la meta de poder vivir del fútbol.
—Algo tendría que ver su padre en esa afición...
—Me la inculcó mi padre, sí, y a día de hoy sigo diciendo que de las cosas no importantes de la vida, el fútbol es quizá de las más importantes.
—Es que el fútbol, en su casa, se viviría de una forma muy intensa, ¿verdad?
—Cuando él se retira del fútbol, estaba jugando en el Cádiz, tengo recuerdos muy vagos de aquello pero sí tuve la oportunidad de jugar con él, en plan aficionado, y era una gozada, porque ya con cincuenta y muchos años le pegaba a la pelota que la partía; era además un hombre que se sabía colocar muy bien, ¡era un profesional!, y eso se notaba de momento nada más verlo tocar la pelota, orientarse en el campo...
—Un profesional que pasó por el Real Jaén de Primera División.
—Ese Real Jaén de Primera División que tuvo el gran mérito de ascender de Tercera a Segunda y de Segunda a Primera; realmente, los que consiguieron aquello fueron héroes.
—Dice usted que llegó a conocer poco aquella época; si se atiende a las cifras que se manejaban en esos tiempos en el mundo del balompié, tampoco conocería un ambiente familiar a la manera de Cristiano y Georgina, por muy de Primera que fuese el Real Jaén...
—Las cantidades que se movían entonces no tienen nada que ver con lo que hay ahora, pero bueno, él estuvo siempre contento con sus retribuciones y con su forma de vivir, de ganarse la vida, y aparte de eso tuvo muchísimos amigos, era una persona muy reconocida pese a no ser de aquí, pese a ser sevillano de Écija. Pero en cuanto dejó el fútbol, se vino a vivir a Jaén y aquí está enterrado.
—¡Qué tendrá Jaén! Su padre jugaba en el Cádiz cuando usted nació, ¿no será Juan Carlos García-Ojeda Lombardo un gaditano-jiennense, en realidad?
—No, no, soy jiennense y estoy registrado aquí; mi madre se vino a dar a luz a Jaén, programó su parto para que su hijo naciera aquí, en Jaén. Nací en la calle San Roque.
—En el barrio de Belén, curiosamente, el mismo en el que vivió hasta su muerte otro grande, Arregui.
—Efectivamente; además mi padre y Ángel María Arregui eran íntimos, eran uña y carne. De hecho, cuando dejaron los dos el fútbol, compartieron profesión, los dos eran agentes comerciales y se dedicaban a recorrer toda la provincia con sus respectivas casas (como les decían ellos), compartían coches y compartían vivencias, pero Arregui tuvo el infortunio de morir en uno de esos viajes, ahí en El Carpio se dejó la vida en un accidente de tráfico.
—¿Finalmente tendrán García-Ojeda y sus compañeros una calle con sus nombres? No hace mucho tiempo, fue asunto candente en prensa y redes sociales.
—Yo defendía ese homenaje por una razón fundamental: yo no lo había instado, me llegó en forma de noticia desde el propio Ayuntamiento y la comisión del centenario del Real Jaén, que parece ser que fue quien promovió esos reconocimientos. En cualquier caso, que a mediados del siglo XX Jaén tuviera un equipo en Primera División, viniendo de Tercera, era una cuestión valorable, y la verdad es que me hizo ilusión eso de la calle.
—¿Ha perdido esa ilusión, o mantiene la esperanza?
—Se echaron mutuamente las culpas determinadas concejalías del Ayuntamiento y el tema quedó en stand by, no digo que esté denegado, pero lo que sí es cierto es que ahora mismo está en un impasse que no entiendo ni comprendo, porque si hay algo bondadoso, aséptico, que no tiene ningún tipo de implicación ni de orden político, es poner calles a unos futbolistas que hicieron por Jaén mucho no: muchísimo. Entre otras cosas, hay estudios que demuestran que la renta per cápita de esta ciudad subió gracias a que domingo tras domingo se quedaban dos o tres mil personas en la puerta del Estadio de la Victoria, sin poder entrar.
—Es decir, que no espera una calle solo para José García-Ojeda, sino para todo el plantel.
—Para todos esos futbolistas que cogieron un equipo totalmente defenestrado, en Tercera, y lo subieron a Primera. Me parece que es un mérito y un logro que no se ha vuelto a repetir, ni creo que lo haga en mucho tiempo.
—¿Cómo, cuándo decidió usted entregarse al Derecho, hacerse eso que el presidente Kennedy definió como "un constructor de la justicia", o sea, abogado? ¿Su oficio ha sido también vocacional, o le impusieron la toga?
—Bueno, ya que no podía ser futbolista, la ilusión de mi vida era ser historiador, pero se me aconsejó por parte de mis padres y de mis abuelos (y creo que con buen criterio) que lo ideal sería que hiciera Derecho, que tenía muchas salidas (eso era una cosa que se decía mucho en los años 80).
—Se sigue diciendo, Juan Carlos, se sigue diciendo. Continúe...
—Me dijeron lo de las salidas e hice Derecho, que no me gustaba: me gustaba mucho la historia antigua y la historia del arte, pero el Derecho no, lo hice un poco por inercia. A partir de ahí sí empecé con la vocación de ejercer porque, de alguna forma, me sentía útil. Nunca le he metido la mano en el bolsillo a nadie, he trabajado siempre con dignidad todos estos años, y ya son cuarenta y dos ejerciendo. No me he hecho rico pero he vivido con dignidad.
—Y al final, se licenció en Historia, cumplió su objetivo.
—En 2005, sí, en Geografía e Historia; cumplí esa vocación, lo hice de forma altruista, la vida me concedió el privilegio de cuidar a mi madre y a mi padre, que estaban enfermos, y en vez de dedicarme a otras cosas me puse a estudiar lo que era la ilusión de mi vida. Hice la carrera con mejores notas que Derecho, tardé más (no hice matrículas para años enteros, tenía que trabajar, cuidar a mis padres, tenía niños todavía pequeños...).
—Nunca ha ejercido como historiador, ¿no?
—No, nunca, es que me gustaba entrar a una iglesia y saber lo que veía, si era románico, gótico o barroco.
—Al final, aquel consejo familiar contentó a los suyos y usted se contentó a sí mismo al convertirse en historiador: vamos, que dejó a la frustración con cara de póker.
—Sí, sí.
—Cuarenta y dos años en la abogacía son muchos años; no en vano, posee usted la medalla al mérito en su profesión. ¿En qué ámbito ha desarrollado su trabajo todas estas décadas, se ha especializado en alguna materia concreta?
—Yo he sido abogado de toga, y lo sigo siendo, aunque estoy intentando ya batirme en retirada con cierta dignidad. Trabajé en la Caja de Jaén, que luego se fusionó con Unicaja y me ficharon para hacer juicios, que es lo que he hecho toda la vida. He hecho Derecho Vial, entre otros, pero ahora lo que hago es procurar discriminar determinadas cosas que no me gusta coger, como cosas de Derecho de Familia, porque sufro mucho. Creo que me he ganado ese derecho a elegir un poco.
—Tiene edad para haberse jubilado, ¿por qué no lo ha hecho?
—Por dos razones: la primera, porque la mutualidad de la abogacía ha dado muchos problemas a la hora de jubilar a los abogados de nuestra generación (no es digna la pensión que nos queda, y todavía no estoy cobrando la pensión de la Seguridad Social, aunque tengo derecho a ella por haber cotizado pero no los treinta y ocho años preceptivos); y la segunda, porque como todavía me siento un poco útil, los asuntos que llevo los tengo que ir cerrando. Poco a poco iré decreciendo el volumen de trabajo para que el día de mañana me pongan un chándal e irme con el Imserso.
—Sigue ejerciendo como abogado pero, ¿y el deporte? ¿Qué queda de aquel joven que quería ser futbolista?
—Sigo haciendo mis pinitos, ya no juego al fútbol ni he podido correr la San Antón (estoy con una fascitis plantar y no se me cura). A partir de ahí, sí sigo corriendo tres o cuatro veces en semana; ahora hago aquí, en casa, algún ejercicio más suaves, para no fastidiarme del todo. Parece que voy mejorando y me gustaría retomar un poco el ejercicio, el deporte.
—Líneas más arriba hablábamos de calles y nombres de calles. Usted se ha movido, a lo largo de su vida, entre gentes que al final han terminado mereciéndolas y hasta dándoles nombre, ilustres no solo del mundo de la abogacía. La poesía, por ejemplo. Allá por 1995 aparece usted en los papeles con un libro de versos, en los 80, y hasta como fundador del grupo y revista Claustro Poético, que aglutinó a clásicos como Molina Verdejo, Calvo Morillo o Molina Navarrete.
—Sí, a la poesía llegué leyendo a Tagore, primero (tendría yo doce o trece años) y luego cuando llegó a mis manos Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez: sabía que leer ese libro me iba a marcar, lo mismo que ver en el cine Centauros del desierto, por ejemplo. Esa lectura me supuso la consagración de lo que yo entendía que era la belleza de la palabra, la espiritualidad y la sensibilidad. A partir de ahí, con muchísima modestia y escaso valor literario, de vez en cuando escribía versos.
—¿Qué le evocan aquellos años de Claustro Poético, cómo los recuerda, teniendo en cuenta que la mayoría de sus nombres propios ya han desaparecido?
—La mayoría se han ido, sí, Miguel Calvo, Felipe Molina... Yo viví aquello como un aprendiz, como alguien que se va maravillando y sorprendiendo de que en Jaén hubiera maravillosos poetas. Tengo claro que la virginidad con la que uno acudía a esos sitios, el recibimiento que se me dio, la amistad que hice y las puertas que se me abrieron lo recuerdo como una etapa realmente hermosa y productiva de mi vida.
—¿Qué importancia tiene la poesía en su vida actualmente? ¿Sigue siendo una costumbre en su día a día?
—Sigue siendo una costumbre, lo que pasa es que no termino de aclimatarme a la poesía que hoy en día leo; oigo hablar de gente que me dicen que es absolutamente demoledora en sus atributos y en sus bellezas poéticas y la forma que tienen de construir sus poemas, y a mí no me gustan. Lo que hago es, de vez en cuando, repasar a mis clásicos, que es donde realmente me siento a gusto. Me pasa igual con el cine.
—¿No le gustan las películas que se hacen en pleno siglo XXI?
—Valoro mucho más una de cine clásico que una de las que se hacen hoy en día.
—Pero, ¿sigue escribiendo, o también se está jubilando de la creación literaria?
—Sigo escribiendo, pero de forma muy intimista, he vuelto a aquellos tonos del principio, aunque ya no se parece en nada lo que escribo a aquellos tonos costumbristas, y ahondo en temas más existencialistas, que casi no tienen que leerse por alguien que no sea uno mismo. Ya tienes una edad y te enfrentas al sentido de la vida, que es el que la vida tiene.
Únete a nuestro boletín