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"Lo único que no puedo hacer es consagrar ni perdonar los pecados"

"Lo único que no puedo hacer es consagrar ni perdonar los pecados"

Por Javier Cano - Junio 01, 2025
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Los antiguos sitiales que la basílica de San Ildefonso conserva en su sacristía sirven de escenario a este Zoom que protagoniza Manuel Rico Teba (Jaén, 1963).

Comerciante 'emérito', cofrade destacado y, desde no hace mucho tiempo, diácono permanente, una labor eclesiástica que compagina con la de esposo y padre con toda la naturalidad del mundo. 

—Comerciante de profesión, cofrade por convicción y clérigo por vocación. ¿Está de acuerdo?

—Tal cual. Toda mi vida se ha basado en mi comercio, en mi vida laboral, pero también desde mis inicios juveniles formé parte de mi cofradía (no soy de muchas, soy de la mía, que es la de la Catedral, la Buena Muerte); la vocación siempre la he llevado en mi interior, lo que pasa es que la vida muchas veces lo pone difícil, con un comercio (día y noche trabajando, fines de semana...), es complicado, llega el momento en que el Señor te va indicando, te va orientando, te va llevando hacia su camino y si tú lo entiendes y lo aceptas, al final lo sigues. 

—Un hombre polifacético, desde luego, pero antes de ahondar en cada una de esas facetas, Manuel, una pregunta capital. A día de hoy, y con la perspectiva que concede el paso de los años, ¿cambiaría el orden de llegada a cada una de esas actividades que han conformado su existencia?

—No. 

—Cree, entonces, que se ha entregado a cada una de ellas en el momento en que debía hacerlo...

—Sí, y también en el momento en que la vida me ha dado facilidades para hacerlo; todo lo que quiere uno no lo puede conseguir en la vida y tienes que esperar que llegue el momento indicado. 

—El comerciante: toda una institución en la calle Ancha, en el barrio de San Ildefonso. ¿Cómo llegó Manuel Rico al mundo de la venta de electrodomésticos?

—Estudié Formacion Profesional de segundo grado, soy técnico especialista en electrónica industrial; estos estudios primero me llevaron a la reparación (televisión, antenas, radio, sonido...) pero poco a poco este formato se fue agotando y me inicié en el comercio de electrodomésticos, conocía bien el trasfondo de todos los aparatos y esto me facilitó mucho las cosas. Estuve trabajando unos diez años en una empresa y luego decidí dar el paso y, desde entonces, he trabajado siempre en mi negocio, cerca de treinta años. 

—¿Por qué estudió electrónica industrial y no otra cosa? ¿Había tradición en su casa?

—No, no, porque me ilusionaba mucho la electrónica. 

—Le gustaba trastear...

—Sí; después muchas veces me he preguntado a mí mismo por qué no haría el BUP o el COU, como todos, y una carrera normal y no complicarme la vida, pero luego, pensando, no me ha ido tan mal, gracias a Dios. 

—Tres décadas tras el mostrador: ¿siempre en la calle Ancha?

—Siempre en la calle Ancha.

—Tantos años habrán dado para muchas experiencias, ¿no?

—Lo bonito es que como me he mantenido siempre en el barrio de San Ildefonso, la verdad es que el barrio ya no se entiende si mi negocio (que ya no lo tengo yo, pero sigue estando). Somos parte de los vecinos, de la vida cotidiana del barrio, y como estoy en la parroquia de San Ildefonso, pues no me he desconectado. Era un negocio hecho a mi ser, a mi forma, siempre he tenido que estar yo ahí aunque haya tenido empleados. 

—La impronta personal, el estilo...

—Claro, claro: días y días, verano, invierno, días festivos y llega un momento en que dice uno "hasta aquí hemos llegado". Después de veintinueve años y algo, lo dejé hace poco pero funcionando en perfectas condiciones, no porque me fuera mal, al revés: decidí dar un nuevo paso en mi vida. 

—A pesar de su juventud, de alguna manera se ha jubilado.

—No tanto, porque no tengo edad de jubilarme, pero sí puedo hacer cosas que no podía hacer antes y me llenan también mucho. 

—Por cerrar este capítulo, señor Rico: ¿se ha quedado con buen sabor de boca después de estos seis lustros con su tienda? Habrá habido malos momentos, malas rachas también, ¿verdad?

—Buen sabor, sí, aunque ha habido bastantes malas rachas, muy difíciles, como la crisis de 2008, aunque resistimos bien porque el negocio estaba afianzado, con bastante clientela. Aquí en Jaén capital estábamos por lo menos dieciocho o veinte tiendas de electrodomésticos, y al final quedamos nosotros solos, prácticamente, en el centro de Jaén. Hemos funcionado siempre muy bien, mi impronta ha sido dar siempre mucho servicio, la gente del barrio me tenía como un amigo más, confiaba en mí a la hora de comprar, siempre he ajustado precios... 

—El cofrade: ¿por qué la Buena Muerte?

—Porque me gustaba la procesión; bajaba por la calle Conde hacia abajo (yo soy de San Felipe, mi padre era conserje del Seminario), me encontraba la procesión y me encantaba. Y en aquellos momentos, en 1983, nos metimos en las andas nuevas de los pasos en aquella época, que hubo un movimiento fuerte de cofrades, y me embarqué. Y ahí sigo. 

—Empezó desde abajo y llegó a lo más alto. 

—Desde abajo, hasta que me llamaron para la junta de gobierno, pasé por distintos cargos y al final, hermano mayor. 

—Debe de marcar eso de gobernar una institución tan ensolerada como la Buena Muerte, tan segura de sí misma (y tan atacada por eso) como para no necesitar parecerse a ninguna otra...

—Sí, la verdad es que es una ilusión, pero lo que más te marca es eso precisamente, que es una cofradía que intenta mantener su identidad; no somos ni mejores ni peores que las otras, al revés (me llevo bien con todas), pero queremos mantener una forma de ser que es la que queremos mantener, eso lo llevamos a gala. 

—A día de hoy, ¿qué es usted en la hermandad catedralicia?

—Ex hermano mayor. 

—De una cofradía, por cierto, que cuenta a sus ex...

—Cuida, más que cuenta con ellos, hasta tal punto que yo, antes de dejar de ser hermano mayor, dejé una comisión para organizar los actos del centenario [de la cofradía, en 2026], y esa comisión está formada por los ex hermanos mayores. 

—Vamos, que el Miércoles Santo, si Manuel Rico se pierde que lo busquen en la procesión de la Buena Muerte.

—En un sitio o en otro pero sí, en la Buena Muerte. 

—El diácono permanente: una persona profesionalmente estable como usted, socialmente integrada, casado y padre, decide recibir las órdenes sagradas. ¿Cómo fue, Manuel, cómo fue?

—Es una vocación que está callada dentro de uno. Y la cofradía también ha dado pie a eso, ha sido una puerta de entrada a la Iglesia, aunque yo nunca estuve desvinculado de la Iglesia. Siempre me ha movido ser catequista, ministro extraordinario de la comunión, con mi mujer somos monitores en la pastoral familiar (damos cursillos prematrimoniales...). Siempre he tenido esa vinculación con la Iglesia, con la parroquia de San Ildefonso, ¡yo he estado vendiendo lavadoras y cuando ha llegado la hora, le he he tenido que decir a un empleado que siguiera, porque era la hora de irme a catequesis a los niños!

—No es cosa de un día, de un momento de euforia espiritual, entonces. 

—No, no, es una vocación que el Señor te la va moviendo dentro, no es decir "hoy voy a ser diácono permanente", es una cosa que va despacito, que vas viendo, que vas abriendo puertas.

—¿Pero usted quería ser cura? Confiese (nunca mejor dicho)

—No, en absoluto, esta vocación de diácono es distinta. Hay quien me dice: "¡Es que pareces un cura!", pero no, el diácono tiene sus propias funciones.  

—Manuel: quien lo vea vestido con alba y demás ornamentos reconozca usted que no disparata si piensa, a priori, que está ante un sacerdote o similar. ¡Y encima tiene cara de buena gente!

—Claro, o en un bautizo o un entierro. Yo no soy un laico, soy clero, estoy ordenado. 

—Pero su vida es, también, la de un laico, con esposa, hijos y, llegado el día, hasta nietos.

—Nosotros, los diáconos permanentes, estamos considerados un puente entre el laico y la Iglesia. 

—¿Cualquiera puede serlo, o cruzarse la estola requiere más que vocación?

—Requiere unos estudios, una formación de bastante tiempo. Yo empecé en esto cuando vi que tenía la posibilidad de dejar la tienda, que me ocupaba mucho tiempo; para entonces yo ya había hecho mis estudios teológicos en la Universidad Eclesiástica de San Dámaso (tengo la diplomatura en Ciencias Religiosas) y ahora estoy terminando la licenciatura en Granada. 

—La vida de un diácono permanente es totalmente compatible con la de marido y papá? Seguro que a usted le parece una perogrullada, pero más de un lector se lo preguntará a estas alturas de la entrevista. 

—Claro que lo es: en nosotros prevalece el sacramento del matrimonio por encima del sacramento del orden. Si yo estoy en una situación en la Iglesia y me requiere mi familia, yo me puedo ir con mi familia; de hecho, el señor obispo no nos puede mandar muy lejos de nuestros domicilios, de nuestro trabajo o de nuestra familia. 

—¿A qué le obliga, cotidianamente, su condición eclesiástica?

—Yo estoy adscrito, por el señor obispo, a la parroquia de San Ildefonso, y aquí predico, leo el Evangelio en las celebraciones, hago bautizos, presido exequias y funerales...

—Prácticamente lo que hace un párroco...

—Prácticamente; lo único que no podemos hacer es la consagración ni perdonar los pecados. 

—¿Se siente pleno en su vida actual?

—Plenísimo, muy feliz con mi pasado y con mi presente. Esto ha sido un proceso, uno avanza, anda por la vida y nada de lo andado te perjudica, todo ha sido bueno: mi experiencia comercial ha sido maravillosa, con la cofradía sigo vinculado y como diácono también soy muy feliz. 

—Ahora puede usted elegir vestidura en la procesión del Miércoles Santo, que esa ventaja no la tienen todos: túnica y caperuz o sotana.

—Este año he ido con mi vestidura diaconal: yo ya no soy laico.  

—¿Hasta dónde puede llegar, qué otros peldaños puede subir en la Iglesia? ¿O el diaconado permanente, además de puente, es también frontera, linde, término?

—Podría tener distintos cargos; ahora, por ejemplo, soy secretario de la Delegación Episcopal de Cofradías. Pero ascender más, no puedo: ya tendría que ser sacerdote, cura. Y yo no quiero. 

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