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“La danza es amor, disciplina y una forma de vida”

“La danza es amor, disciplina y una forma de vida”

Por Esperanza Calzado - Diciembre 21, 2025
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Empezó a bailar con cuatro años en una pequeña escuela de barrio y hoy, tres décadas después, Pauli Salas dirige en La Carolina una escuela oficial de la Royal Academy of Dance. Y es que la escuela de danza Studio Salas Ballet, dirigida por Pauli Salas Sánchez, es la primera homologada por la RAD en la provincia de Jaén. Con 49 años y una vida marcada por el esfuerzo, la constancia y el amor al arte, defiende una forma de enseñar la danza que va más allá de la técnica: como herramienta de inclusión, crecimiento personal y educación en valores. 

—¿Cómo nace su relación con el baile y con la danza?

—Yo empecé muy pequeñita, con cuatro años. Mi madre me apuntó en una escuela de barrio, que estaba más enfocada a la danza española, no al ballet clásico. En ese momento no eres consciente de lo que la danza te aporta porque eres muy pequeña, pero recuerdo perfectamente que empecé a sentir cosas diferentes. En ese espacio tan pequeño yo me sentía libre, me sentía bien, y me di cuenta de que aquello era algo especial. Algo que no se siente con ninguna otra cosa. Puedes jugar, leer, escribir, pero la danza te da algo diferente. Todavía hoy me emociono cuando lo cuento.

—¿Qué recuerda de esa etapa inicial?

—Recuerdo que no quería faltar nunca a clase. Siempre me decían los profesores que estaba deseando salir del colegio para irme corriendo a bailar. Aquella maestra, Conchirramo, nos daba mucho cariño. Yo iba creciendo en edad y, al mismo tiempo, iba creciendo dentro de la danza. Los estudios eran importantes, claro, pero llegó un momento en el que tuve que decidir qué camino quería seguir.

—¿Cuándo se plantea dedicarse profesionalmente a la danza?

—Cuando llegó el momento del bachillerato. Antes no era como ahora. O estudiabas una cosa o estudiabas otra. Yo le decía a mi madre que quería dedicarme a la danza, y eso significaba irme fuera del pueblo, porque aquí no había nada. Curiosamente yo quería ser abogada, y ahora ese sueño lo tiene mi hijo, pero sentía que tenía que probar con la danza y ver si ese era mi camino o no.

—¿Su familia lo entendió desde el principio?

—Sí, especialmente mi madre. Siempre digo que todo empezó en un brasero de cisco y una faldilla. Al principio se quedó un poco parada, pero lo habló con mi padre y empezaron los viajes. Yo no tenía carnet y siempre me llevaban ellos: mi padre, una tía, mis hermanos, después mi pareja y mi marido. Siempre he tenido a alguien que me ha llevado y acompañado. Eso ha sido fundamental en mi vida.

—¿Cuándo aparece el ballet clásico en su trayectoria?

—Empecé en una escuela de Linares, Casa de la Danza, donde conocí a mi mentor, José Antonio Rivero, que fue director del Conservatorio de Sevilla en los años 90. Él fue quien me rescató de la danza española y vio que mi camino era el ballet clásico. Creo que vio mi disciplina, mi manera de vivir la danza. Yo no faltaba nunca a clase.

—¿Qué importancia tuvo esa figura en su formación?

—Fue clave. Él introdujo la enseñanza de la Royal Academy of Dance, una enseñanza inglesa privada que permitió a quienes no podíamos vivir en ciudades con conservatorio sacarnos la carrera profesional. Es una enseñanza reconocida mundialmente, muy limpia, muy técnica y muy digna. Nos dio una salida real a muchos bailarines que, por distancia o por circunstancias familiares, no podíamos acceder a un conservatorio.

—Habla mucho de disciplina y sacrificio. ¿Sigue siendo así la danza hoy?

—La danza es muy sacrificada, pero ha cambiado. Antes era mucho más rígida. Ahora la Royal Academy nos está enseñando a introducir el amor a la danza desde pequeños. Yo siempre digo que no estamos en el ejército. La danza es un arte y hay que amarlo, porque si no, no se puede sostener en el tiempo. El sacrificio existe, pero hay que encubrirlo con amor para que llegue.

—¿Esa filosofía es la que le impulsa a abrir su propia escuela?

—Sí. Yo quería que la danza fuera mi forma de vida y mi profesión. Pero en un pueblo como La Carolina el ballet era algo desconocido, incluso aburrido para mucha gente. Mis padres me abrieron la primera escuela en una cochera de mi casa. Fue su herencia en vida. Luego llegó la pandemia, el espacio se quedó pequeño y entendí que necesitaba una escuela propia, solo de ballet, con horas, con estructura y con identidad.

—¿Qué diferencia a Studio Salas Ballet de otros centros?

—La inclusión. Aquí acogemos niños desde los tres años y también niños con TDAH, autismo, dislexia o problemas de atención. Muchos padres llegan con miedo y yo siempre les digo: “Si su hijo tiene dificultades, viene al sitio adecuado”. La danza soluciona problemas desde dentro. Trabaja la mente, el cuerpo y la emoción.

—¿Ha podido comprobar esos beneficios?

—Muchísimos. He tenido niños que al principio no podían concentrarse y ahora bailan en un teatro con cientos de personas. Verlos concentrados, ver ese cambio, es una satisfacción enorme. Aquí la inclusión no es algo puntual, forma parte del programa educativo.

—Además, su escuela es centro oficial de la Royal Academy of Dance. ¿Qué supone eso para usted?

—Es uno de los mayores logros de mi vida. Los examinadores vienen desde Londres a La Carolina. Antes teníamos que desplazarnos fuera. Verlos sentados aquí, en mi escuela, después de 30 años de trabajo, ha sido algo muy emocionante.

—¿Cuál es la filosofía educativa del centro?

—Que los niños amen la danza. Que no la vean como una disciplina rígida, sino como un arte. Son muchos años de formación y solo se pueden sostener desde el amor, combinado con disciplina, empatía y respeto a los ritmos de cada alumno.

—¿Cree que la danza está suficientemente valorada como profesión?

—No, y no solo aquí. A nivel general no se valora. Parece que ser médico o dentista es más que ser bailarín profesional, y no lo comparto. La danza exige muchísimo sacrificio. Hay bailarines que tienen que renunciar a formar una familia o a llevar una vida normal. Y luego ese esfuerzo no se ve reflejado ni en el reconocimiento ni en lo económico.

—¿Usted vivió esa renuncia?

—Sí. Vinieron a buscarme dos ballets grandes, pero murió mi madre y tuve que parar. Elegí la docencia porque quería formar una familia. Esa espina la tengo, pero la enseñanza me ha dado cosas maravillosas que no se viven igual desde un escenario.

—Para terminar, ¿hay algo que le gustaría añadir?

—Me gustaría animar a los adultos a bailar ballet. No hay edad para bailar. La Royal Academy no pone límite de edad. Existen programas específicos para adultos, incluso para mayores. Aquí cuesta por mentalidad, por miedo, pero se puede bailar a cualquier edad. El ballet no es solo para niños ni para profesionales: es salud, arte y vida.

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