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JULIO ROMERO DE TORRES PINTÓ A LA MUJER JAENERA

JULIO ROMERO DE TORRES PINTÓ A LA MUJER JAENERA

Por Javier Cano - Mayo 25, 2024
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Siglo y medio se cumple del nacimiento del gran pintor cordobés, que hasta bautiza estos doce meses con esos egregios apellidos suyos cuyos vínculos (personales y artísticos) con el Santo Reino 

Más allá de las Aceituneras (motivo tan jaenés) que pintó entre 1903 y 1904, propiedad de El Prado pero actualmente entre los fondos del Centro Nacional Museo de Arte Reina Sofía, la presencia de Jaén en la obra y la vida de Julio Romero de Torres (Córdoba, 1874-1930) justifica sobradamente este reportaje, que destila una clara vocación: poner de manifiesto los vínculos artísticos y personales del universal pintor con el Santo Reino. 

Un objetivo que hoy (en plena celebración del año Romero de Torres a cuenta del 150 aniversario del nacimiento del controvertido creador) Lacontradejaén se propone cumplir de la mano de su huella en la provincia o del influjo de esta en su producción y en su aventura vital, que de todo hay. 

UN RETRATO INACABADO: LA CONDESA DE COLOMERA

Asegura una popularísima copla que don Julio pintó a la mujer morena, pero el catálogo de su museo deja claro que también le iban rubias, castañas y hasta pelirrojas a la hora de crear, vaya que sí.  

Precisamente en las instalaciones que en su día fueran la casa familiar de los Romero de Torres cuelga uno de los tres cuadros que el maestro dejó inacabados cuando la muerte (de la que dieron noticia, con carácter provincial, las páginas de Don Lope de Sosa) lo sorprendió aquel 10 de mayo de 1930, el mismo año que la ciudad del Lagarto dedicaba al arquitecto Flórez Llamas (1848-1927) un singular monumento en la Plaza del Deán Mazas.

Se trata del retrato de doña María Magdalena Muñoz-Cobo y Burgos (que encabeza esta publicación), en el que el pintor trabajaba en sus últimos días en este mundo con motivo de la boda de la aristócrata, nieta por más señas de un buen y viejo amigo de Romero, el general Diego Muñoz-Cobo y Serrano.

El lector se preguntará: ¿Y qué tiene de especial esa pintura, qué la vincula con Jaén como para que ocupe renglones en estas páginas digitales? Pues nada más y nada menos que el origen arjonero de la protagonista de la obra, cuyas venas poblaba sangre de insignes militares de la antigua Urgabo, como el caso del propio don Diego, dueño de una hoja de servicios que incluía responsabilidades como ministro de la Guerra, senador, capitán general de varias regiones militares o condecoraciones de primer orden. 

Del matrimonio del hijo de este, Francisco Muñoz-Cobo Serrano (perteneciente a la casa de los Cardera-Talero, como dejó escrito el recordado archivero Basilio Martínez Ramos) con Cecilia de Burgos y Álvarez de Sotomayor, nació María Magdalena, nieta e hija de arjoneros (por vía paterna); el hecho de que su retrato sea una de las piezas que finalmente tuvo que concluir Rafael, el hijo del pintor, la convierte por derecho propio en coprotagonista de este reportaje. 

Y se erige en ese papel, además, con una diferencia con respecto al resto de nombres propios a los que el lector puede acercarse a través de esta publicación, si se tiene en cuenta el valiosísimo testimonio que otra jiennense, María Luisa Alonso de Luna (Jaén, 1937), ha tenido la gentileza de regalar a este periódico evocando a aquella noble mujer a la que conoció y trató. 

"Ese cuadro lo recuerdo yo a la entrada de la casa palacio de Colomera, en Córdoba [a día de hoy, un hotel de cuatro estrellas en plena Plaza de las Tendillas de la Ciudad de la Mezquita], en un caballete rústico, sin barnizar", explica Alonso, y apostilla: "Yo era una niña y Magdalena ya era mayor; ¡si me ve entrar en su casa y la llamo por su nombre, con lo expresiva y lo cordobesa que era, se viene hacia mí y me pega un abrazo y un chillido!".

¿El escenario jaenero de la amistad entre ambas familias? Un inmueble legendario, la casa de Manolito Ruiz Córdoba en la calle Tiradores (actual Ruiz Romero), donde Alonso residía con su familia en una de las plantas del caserón, desaparecido a cuenta de la apertura de la calle Doctor Eduardo Arroyo, a principios de la década de los 70.

"Eran tres pisos, y un bajo; abajo vivía Pepa Codes [viuda de Manuel Ruiz Córdoba], el primero estaba cerrado, en el segundo vivíamos nosotros y en el tercero la viuda de Blanco, madre del fiscal de Jaén [Guillermo Blanco Vargas], casado en segundas nupcias con Magdalena Muñoz-Cobo tras el fallecimiento de su primer cónyuge [Luis Pallarés]; era una señora simpática, muy simpática y muy mayor", explica.

O sea, que el motivo que traía a los Colomera a la tierra del ronquío no era sino visitar a la matriarca, hija de Jaén y, por lo tanto, otro importante nexo de unión entre la condesa [su nuera] y la capital de la provincia. 

"Magdalena era muy guapetona, grande; me recordaba un poco a Conchita Márquez Piquer, pero un poquillo más flamenca", rememora María Luisa Alonso. 

En cuanto a la forma de ser de la retratada por Romero de Torres, Alonso de Luna comenta: "Era un encanto, siempre sonriendo o hablando con los niños, una cordobesa nada estirada, muy sencilla". Corrían los años 50.

Poseedora de un título nobiliario del siglo XVIII con grandeza de España (como corrobora la Diputación Permanente y Consejo de la Grandeza de España y Títulos del Reino), las biografías que la citan sitúan su muerte en 2002. En su lápida del panteón familiar del cementerio cordobés de la Salud, sin embargo, campea el año 2000 como broche a su apasionante existencia. 

Preguntada por cómo lleva eso de haber tratado de tú a tú a la persona que Romero de Torres convirtió en efigie de su catálogo y, por ende, en figura capital de uno de sus trabajos inconclusos, María Luisa Alonso de Luna lo tiene claro:

"Para mí era Magdalena; me quería mucho, era como de mi familia, y sus hijos me querían también horrores. No la veo nada más que como Magdalena, tan sencilla siempre, tan cordobesa. La recuerdo sentada dándole el pecho a uno de sus hijos y con la otra mano, dándole la papilla al otro. Para mí era como mi tía", sentencia. 

La muerte de la suegra de la condesa de Colomera trajo consigo, asimismo, la pérdida de contacto entre las familias Blanco Muñoz-Cobo y Alonso de Luna, pero esas vivencias no hay quien se las quite a la privilegiada memoria de María Luisa. 

 María Luisa Alonso de Luna con Rafael Blanco, hijo de la condesa de Colomera, en el entonces Parque de la Victoria de Jaén capital, en los años 50. Foto: Archivo de Javier Cano.
María Luisa Alonso de Luna con Rafael Blanco, hijo de la condesa de Colomera, en el entonces Parque de la Victoria de Jaén capital, en los años 50. Foto: Archivo de Javier Cano.

PORCUNA, EPICENTRO 'ROMERISTA' JIENNENSE

Puede presumir la antigua ciudad romana de Obulco de atesorar no solo la obra que el autor de La chiquita piconera firmó en tierras jiennenses, sino también de hacerse presente en más de una pintura del cordobés a través de uno de sus hijos más nobles, nunca mejor dicho. Por partes.

Quienes viven allí y, por supuesto, quienes deciden echar un día en el pueblo de la Torre de Boabdil, el asentamiento de Cerrillo Blanco, la ermita de San Benito o la singular Casa de la Piedra (¡menudo repertorio monumental el de Porcuna!) tienen además una cita inexcusable con Julio Romero de Torres en la iglesia parroquial de la Asunción.

Sacro inmueble del XIX salido del magín arquitectónico del leonés Justino Flórez Llamas, en diferentes capillas del templo se localizan la Santa Cena, la Sagrada Familia y la Asunción de la Virgen, que unen al valor de su autoría el hecho de contarse entre las pocas piezas religiosas salidas de la enigmática paleta 'romerista'.

A ellas se suman los cuatro evangelistas que, en 2017, los investigadores Manuel Bueno Carpio y Juan Miguel Bueno Montilla descubrieron en las pechinas del templo y, tras un intenso trabajo de indagación, atribuyeron al 
menor de los tres hijos de Rafael Romero Barros y Rosario de Torres Delgado.

Pero hay más, mucho más: se llama Pacheco y es nombre (además de pintor grande) de galgo, el mismo que Julio Romero de Torres convirtió en miembro de su familia cuando, en una de sus visitas a Porcuna, allá por los años 20 del pasado siglo, escogió al noble can como compañero.

Hasta aquí todo podría quedarse en una simpática historia de correspondido amor entre el animal y el hombre: hidalgo que no tiene galgo, fáltale algo, reza un viejo refrán. Sin embargo, la trascendencia de este oscuro lebrel es mucho mayor, si se tiene en cuenta que terminó siendo un personaje más en la obra simbolista del de Córdoba. 

Ahí está, en pinturas tan conocidas como Cante hondo y Diana; inmortalizado en bronce en el monumento que su ciudad natal dedicó al artista en 1940, o a escala colosal a las mismísimas puertas del museo Romero de Torres, en la patria chica del creador.

Ilustre mascota donde las haya, también su pueblo natal honra al galgo Pacheco, en este caso con un altorrelieve en piedra local firmado por el escultor Luis Emilio Vallejo en 2022 y situado en el parque canino del Paseo de Jesús. 

 Romero de Torres acaricia a Pacheco, su galgo. Foto: Archivo de Javier Cano.
Romero de Torres acaricia a Pacheco, su galgo. Foto: Archivo de Javier Cano.

LA MUSA LINARENSE

Se llamaba Natalia Castro, había nacido en la Ciudad de las Minas en 1896 y cerró sus negrísimos ojos para siempre en 1980, llenos de tanto como vieron a lo largo y ancho de su paso por la vida. 

Un periplo que no dejó indiferente a más de una megaestrella de la cultura española del siglo XX, entre ellos los mismísimos escritores Ramón María del Valle-Inclán y Federico García Lorca o mitos de la tauromaquia como Joselito el Gallo, que dicen que veían en esta mujer bohemia y moralmente adelantada a su tiempo la encarnación misma del misterio. 

No en vano, el escultor Mariano Benlliure (que no quiso saber nada de la restauración del Abuelo en 1902 pero que sí realizó para el Santo Reino imágenes como el Caído de Úbeda, la Bailaora del museo jiennense del Paseo de la Estación...) o el inmenso Sorolla la tomaron como modelo.

Pero como la cosa va de Romero de Torres y Jaén, cabe resaltar la trascendencia de la linarense en la iconografía de quien, como escribió de él el profesor Jaime Brihuega, "no era un artista moderno y de una manera consciente quiso estar al margen de los movimientos estéticos modernos".

Medalla de oro al Mérito en el trabajo y con calle en Linares, a ella, a Natalia Castro, eternizó en Mujer con pistola (un cartel para la Unión Española de Explosivos) o en el célebre La Fuensanta, que la llevó a los billetes de cien pesetas allá por 1953 y, con ello, a la categoría de icono. 

 Billete de cien pesetas, emitido en la década de 1950, ilustrado con uno de los cuadros de Romero de Torres protagonizado por la linarensa Natalia Castro. Foto: Todocolección.
Billete de cien pesetas, emitido en la década de 1950, ilustrado con uno de los cuadros de Romero de Torres protagonizado por la linarensa Natalia Castro. Foto: Todocolección.

EL HERMANO DESCUBRIDOR DE LOS BAÑOS ÁRABES DE JAÉN

En la "Biblia de Cazabán" (o lo que es lo mismo, en las páginas de Don Lope de Sosa) de diciembre de 1913 se da noticia de la presencia de Enrique Romero de Torres (Córdoba, 1870-1956) en tierras jiennenses y se le confiere la "dignidad" de descubridor de los Baños Árabes, "en los bajos del Hospicio de Mujeres", monumento que incluyó en su Catálogo de los Monumentos Históricos y Artísticos de la Provincia de Jaén (1913)obra ampliamente estudiada por los profesores Alberto Sánchez Vizcaíno, Juan Pedro Bellón Ruiz y Alberto Ruiz Rodríguez.

Pintor (como otros miembros de su ilustre apellido) y arqueólogo, estudió Derecho en Madrid (en cuyas revistas de la época se prodigó) y a finales del XIX se hizo cargo del Museo Provincial de Bellas Artes de su ciudad natal; a él se debe la creación del museo que lleva el nombre de su hermano, allá por 1931.

Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, se pateó el mar de olivos y estrechó lazos con los prohombres de aquel tiempo, como demuestra su presencia en las páginas tanto de Don Lope como, posteriormente, de publicaciones tan señeras como Paisaje, que ponderan continuamente su aportación a la historia y el patrimonio jiennenses. 

La condesa de Colomera, Porcuna, el galgo Pacheco, Natalia Castro y Enrique Romero de Torres. Cinco argumentos que dejan claro cuánto "pinta" Jaén en el año del universal artista de Córdoba. 

 

 Enrique Romero de Torres recibe la gran cruz de Alfonso X el Sabio en Córdoba, en 1955, solo tres meses antes de su fallecimiento. Foto: Archivo Municipal de Córdoba.
Enrique Romero de Torres recibe la gran cruz de Alfonso X el Sabio en Córdoba, en 1955, solo tres meses antes de su fallecimiento. Foto: Archivo Municipal de Córdoba.

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