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JIENNENSES CON MUCHO MÉRITO (I)

JIENNENSES CON MUCHO MÉRITO (I)

Por Javier Cano - Diciembre 09, 2023
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Un buen número de hijos del Santo Reino ha recibido las más altas recompensas que el Estado entrega a quienes, a su juicio, destacan en diferentes ámbitos y son merecedores de lucir (sobre el pecho o colgadas de su cuello) alguna de las históricas condecoraciones españolas

En esta primera entrega Lacontradejaén se adentra en la larga nómina de comprovincianos distinguidos con collares, grandes cruces, encomiendas, cruces o medallas de las órdenes civiles cuya concesión depende de la Administración General

Las hay para todos los gustos y colores, de diferentes diseños, tamaños y metales y con denominaciones más o menos rimbombantes. De asociaciones, cofradías, colegios profesionales, clubes deportivos o de cualquier índole.

Raro es el colectivo que no concede la suya, pero entre todas ellas brillan con luz propia las que gozan de consideración oficial (ese adjetivo que a día de hoy se usa para casi todo menos para lo que realmente define): las condecoraciones.

Grandes cruces, medallas, encomiendas, cruces, lazos, bandas o insignias que convierten a quien se hace acreedor a ellas en persona distinguida a cuenta de hechos en beneficio de la comunidad, de la excelencia en su oficio, de sus logros artísticos o, simplemente, a base de aquello que Andrés Segovia llamaba "permanecencia", recordando una vieja nana.

Por cierto que no será la primera vez que salga a colación el insigne guitarrista de Linares, uno de los jiennenses que más peso tuvo que soportar en las solapas de sus chaquetas: "Sarna con gusto...", ya saben.

 El universal guitarrista Andrés Segovia luce una de sus múltiples condecoraciones durante un concierto. Foto: Archivo de Javier Cano.
El universal guitarrista Andrés Segovia luce una de sus múltiples condecoraciones durante un concierto. Foto: Archivo de Javier Cano.

Expresidente del Colegio de Graduados Sociales de Jaén  y un largo etcétera de méritos, Francisco Rodríguez Nóvez (Chiclana de Segura, 1947) cuenta en su haber con tres distinciones de alto nivel, vinculadas al ejercicio del Derecho:

"Normalmente, alguien la pide para ti y cuando te enteras es porque ya te la han concedido", explica. En su caso, la petición fue elevada desde órganos como el Colegio de Graduados Sociales (que presidió), el Consejo General de Graduados Sociales (del que fue vicepresidente primero), la Audiencia Provincial...

Una vez tomada conciencia de la concesión, el principal sentimiento por parte del condecorado es "de satisfacción": "Es algo muy grande", confirma Rodríguez a Lacontradejaén.

Pero, ¿cuándo y dónde se pueden lucir estos reconocimientos de carácter individual? "Yo me las he puesto en ocasiones, siempre y cuando quien preside el acto concreto la tiene y se la pone; si no, no (hay que tener esa precaución)", indica.

Actos, generalmente, de tipo judicial, académico o una recepción de alto copete: "No te las sueles poner para otra cosa", concluye el también académico de la Real de Jurisprudencia y Legislación.

De esto trata este reportaje, de repasar la larga (larguísima) nómina de hijos del Santo Reino que a lo largo de su existencia o incluso a título póstumo fueron reconocidos con cualesquiera de las condecoraciones que concede España, gracias a sus méritos.

Y en esta primera entrega, Lacontradejaén se detiene en las de carácter civil. Seguro que no están todos los que son, pero sí son todos los que están, porque quien puede lucir en pecho o cuello una de las más o menos históricas preseas tiene derecho a hacerlo durante toda su vida, mientras no saque los pies del plato:

"La persona condecorada con cualquier grado de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III [valga como ejemplo] que sea condenada por un hecho delictivo, en virtud de sentencia firme, podrá ser privada del título de la misma y de los privilegios y honores inherentes a su condición", detalla el Real Decreto 1051/2002, de 11 de octubre, por el que se aprueba el reglamento de esta institución carolina, en muchos de sus artículos extensivo al resto de condecoraciones.  
 

 El linarense José María de Yanguas Messía fue uno de los pocos jiennenses condecorados por la Orden de Carlos III. Foto cedida por Javier Messía.
El linarense José María de Yanguas Messía fue uno de los pocos jiennenses condecorados por la Orden de Carlos III. Foto cedida por Javier Messía.

EXCELENCIAS Y USÍAS

Creadas en tiempo inmemorial, en la mayoría de los casos las condecoraciones actuales que emanan de la Administración General del Estado suponen no solo el honor de llevarlas, sino privilegios intrínsecos que afectan al tratamiento personal y hasta al bolsillo.

¿Que no? Ahí están las de la Policía Nacional, que en algunas de sus categorías vienen con pensión bajo el brazo, un asunto que, en los últimos años, ha levantado cierta polvareda mediática. 

Pero esa es harina de otro costal, no toca hoy y este periódico no pretende ponerse medallas (¡¡¡qué bien traído, por favor!!!) en investigaciones ajenas. Al asunto, pues. 

Según la falerística (ciencia auxiliar de la numismática que estudia las condecoraciones), la primera en importancia que puede conceder España tanto a un súbdito del reino como a un extranjero es el Toisón de oro, una distinción frecuente en la provincia jiennense pero sobre las solapas de piedra de fachadas como la cárcel de Baeza, o en el repertorio heráldico municipal, caso del ilustrado escudo de La Carolina, por poner solo dos ejemplos. Lo que es en un cuello o un pecho de aquí, 'nanay' (que diría un castizo).

ÓRDENES DE CARLOS III E ISABEL LA CATÓLICA

En segundo lugar por su trascendencia figura la Real y Distinguida Orden de Carlos III, que adquirió carácter civil a mediados del XIX, tres cuartos de siglo después de su creación como entidad militar.

Si se atiende al real decreto que la regulariza, su fin es "recompensar a los ciudadanos que con sus esfuerzos, iniciativas y trabajos hayan prestado servicios eminentes y extraordinarios a la Nación", y aquí sí que Jaén tiene voz y voto. 

Si se leen sus normas, está reservada para quienes "habiendo cumplido servicios relevantes para España, fueran o hubieran sido presidentes del Congreso de los Diputados, del Senado, del Tribunal Constitucional, del Consejo General del Poder Judicial, del Tribunal Supremo, ministros u otras altas autoridades del Estado (cargo que en 2010 solo ostentan los secretarios de Estado), además de todos aquellos que posean otra gran cruz civil o militar española durante, al menos, tres años".

Entre los oriundos del mar de olivos que han merecido cruzar su indumentaria con la banda celeste y blanca y su venera, según las distintas fuentes documentales y bibliográficas consultadas por este periódico, el más veterano sería el deán Álvaro de Salazar y Vilches (1744-1810), cambileño de cuna. 

Junto con el galduriense José de Aguilar y Páramo (1756), maestrante de Ronda, los también naturales de Cambil Martín de Vilches y Teruel (1802-1855), emparentado con Santa Teresa de Jesús, y Juan Muñoz Lechuga (1831-1911) , o el huelmense Blas José de Martos y Garrido (1784-1838).

Les siguen el jurista marteño y deán de la Catedral de Jaén Joaquín de Villena Sánchez (1791-1877), que las conservaba en su casa de la calle Llana junto con las insignias de Isabel la Católica, y el también vecino de Jódar Blas José María de Mesa y Menjíbar, nacido en 1799, alcalde de Linares

En Bailén la llevó Antonio Rentero Villa, que se conoció el país al dedillo de tanto traslado político como experimentó durante su trayectoria. Al letrado Miguel Gutiérrez Carrillo de Albornoz (y de Alcaudete, 1812-1885) no le sirvieron ni su medalla de la orden ni su condición de cofrade del Abuelo como barrera ante la muerte, y cayó víctima de una de aquellas terribles epidemias de cólera que esquilmaban el censo de la época.  

En 1814 vino al mundo Joaquín Balén Casanove, caballero con casas en las calles Cambil y Almendros Aguilar de la capital, y en 1820, en el hogar familiar de la calle Pilar de la Imprenta (que no en la calle Llana), Diego Coello de Portugal y Quesada, comendador de esta orden y de la que toma el nombre de la esposa de Fernando de Aragón.

Clérigo fue Maximiano Ángel y Alcázar, gran cruz y uno de los echados para adelante que, con sus argumentos, lograron salvar de la piqueta el Arco de San Lorenzo allá por finales del XIX. Rafael de Adán y Castillejo (1828-1882), alcaudetense gran cruz de ambas órdenes, se recorrió media España como gobernador civil. También había nacido en 1828 José Toral Bonilla, caballero de la Real Orden de Carlos III, comendador de la de Isabel la Católica y, como curiosidad, esposo de la poetisa Josefa Sevillanos. 

O el polígrafo ubetense Manuel Muñoz Garnica (1821-1876), quien da nombre a la popular calle Ancha jiennense (en la que vivió y murió); el pintor, dibujante y profesor Manuel de la Paz Mosquera Quirós (1832-1904); el valdepeñero José de Torres Ortega (1833-1902), alcalde de Alcaudete y diputado provincial, y José Antonio de Bonilla y Forcada, en cuya familia había ya más de una gran cruz (1838-1904) y auténtica pesadilla política de su opositor Prado y Palacio.

El académico de la Historia José Santiago Gallego Díaz, ubetense nacido en 1843 y finado en 1917, o el alcalde de finales del XIX Rafael del Nido Segalerva, que cambió el nombre de la calle Espartería para dedicársela al sacerdote que regaló el reloj de la catedral (y poseyó además la gran cruz de la reina de Castilla)...

Como aporta el cronista oficial de Lopera, José Luis Pantoja Vallejo, primer edil loperano a finales de la centuria decimonónica, senador y diputado fue Alonso Valenzuela Bueno, a cuyo hijo Bartolomé (por cierto) se debe la primera bodega de los exquisitos caldos del municipio. 

¡Ah, y Diego María Vadillos Fernández, abogado oriundo de Villacarrillo, que moría en 1910 como comendador!; poco después, en 1919, fallecía el literato peroxileño Diego Muñoz-Cobo y Arredondo, que a su encomienda de Carlos III unía igualmente la de Isabel la Católica.

Antes, en 1854, había visto la luz primera en Linares Pedro de la Garza Tapia, cuyo apellido (vinculado a antiguas fincas familiares) da nombre todavía a alguna zona de la Ciudad de las Minas. Hasta Villanueva del Arzobispo llegó la orden a través del notario Miguel Enrique Martínez Ibáñez (1860-1903).

Otros sonoros apellidos de la capital del Santo Reino recibieron el parabién de la orden en la persona de Mateo Candalija y Uribe (1819-1903), que tuvo que dejar, bajo un disfraz, la Zaragoza de la que era gobernador civil, perseguido por una turba de vecinos expropiados en beneficio de la ampliación de las calles aledañas a la basílica de la Pilarica. Gajes del oficio. 

Asimismo, el diputado santistebeño y académico de la Historia Mariano Sanjuán Moreno (1871-1916); el que fuera alcalde de Jaén en 1875 y 1877 Manuel Aranda Messía de la Cerda; o el también máximo responsable municipal y hermano mayor de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Alberto Cancio Uribe (1862-1925).

En 1859 nacía Eduardo Osuna Guerrero, edil y poeta jiennense que vivió en la calle Mesones. Y en 1880, en Linares, Enrique Acosta Roldán, que durante años dio nombre a la mina de Arrayanes. Paisano y compañero de orden fue el masón linarense Eduardo Accino Gómez, fusilado en 1937. 

Don Manuel Ruiz Córdoba, el popular y fascinante 'Manolito Ruiz', unía a su lista de distinciones la encomienda de Carlos III y la de Isabel la Católica, entre otras.

El mismo caso que el del jurista, diplomático y aristócrata linarense José María de Yanguas y Messía (1890-1974); el jurista, militar y ministro de Información y Turismo, en los 70, León Herrera Esteban (Jaén, 1922-Madrid, 2003), y el exministro de Hacienda Cristóbal Montoro Romero (hijo de cambileño pero nacido en Jaén capital en 1950, como aclara el investigador cambileño Rafael Galiano Puy en su minucioso trabajo sobre este linaje). Ellos cierran esta relación. 

 Placa y banda de Carlos III. Foto; Wikipedia.
Placa y banda de Carlos III. Foto; Wikipedia.

Mucho más 'jaenizada' se encuentra la Real Orden de Isabel la Católica, fundada por Fernando VII, que cuenta entre sus distinguidos con hasta una quincena larga de hijos del Santo Reino premiados por su "lealtad acrisolada y los méritos contraídos en favor de la prosperidad de aquellos territorios" (los americanos, a los que se refería la denominación originaria de esta condecoración).

Muñoz Garnica fue comendador de la misma, igual que el sacerdote torreño Francisco Juan de Soto Molina (1814-1894), que ofició la ceremonia matrimonial del poeta Almendros Aguilar y su esposa, Luisa Camps Arredondo; el villariego José de Campos y Alcalde (1809-1899), jurista y gran propietario; o el jurisconsulto iliturgitano Joaquín María Serrano Martínez (1847-1921).

Y grandes cruces su paisano José María Messía Orozco, de la casa marquesal de Busianos (1823-1874); el político santistebeño de altos vuelos, también poeta, Eugenio Madrid Ruiz (1835-1923); el senador orcereño Escolástico de la Parra y Aguilar (1826–1892); el obispo de Guadix (jaenero de cuna) Maximiliano Fernández del Rincón y Soto-Dávila (1835-1907), y Juan Laureano Villar Pérez, laureado médico militar de Torredonjimeno (1849-1915 ).

Hablando de obispos, el que da nombre a la cuesta que lame el lateral derecho del Ayuntamiento de Jaén, Manuel María González, se colgó la gran cruz de doña Isabel. 

Ramón José Toral y Bonilla, de linajuda familia local, (1825-1885) también la mereció, como Rafael Alférez y Bustamante, hijo de 1830, arjonero, militar y jurista. Tal que el célebre poeta de Sabiote Juan Antonio de Viedma, comendador (1830-1869).

Y Antonio José Fernández de Villalta y Uribe, tosiriano, político y marqués de Villalta (1837-1921) o Antonio Espantaleón Carrillo de la Torre, de Baeza (1839-1889), abogado que no siguió la vocación pictórica de su tío Juan, autor del gran cuadro de San Cristóbal que se puede contemplar en la basílica de San Ildefonso. 

Alonso Coello de Portugal y Contreras (1861-1923), tan vinculado a Arjonilla y a la sazón conde de Pozo Ancho del Rey y secretario-tesorero de la Infanta Isabel, la popular "Chata", fue uno de los nobles del Santo Reino vinculados a la orden, como comendador de ella fue el general jaenero de Estado Mayor Leocadio López López, nacido en 1864.

El farmacéutico y presidente de la Diputación Antonio Roldán y Marín (jiennense de 1855) tuvo la gran cruz, y en grado de cruz la lució su hermano mayor José (1844-1897), médico y alcalde de la capital a quien la muerte accidental de su pequeña hija condenó a la tristeza eterna y que da nombre a una céntrica calle; su colega de botica Eduardo Ortega Navarrete la lució también, que allá por 1877 gozaba de gran prestigio en su campo.

Comendadores fueron otros responsables de la 'Dipu', como Cándido Carrasco Díaz, bajo cuyo mandato se instaló el reloj del Palacio Provincial; Ricardo Bajo Delgado, a principios de los 20, y el senador alcalaíno Rafael Abril y León (1853-1929). 

Poco antes había nacido Jacinto Messía Álvarez, un andujareño que ocupó altas responsabilidades políticas y jurídicas en su tiempo. Un santistebeño universal, el escultor Jacinto Higueras Fuentes (1877-1954), lució en su solapa la venera de comendador. De 1878, una de esas personalidades de nombre confuso, Suceso Ruiz-Coello y Montilla, abogado que residió en la legendaria Puentezuela. 

También entre los decimonónicos el ya citado Cancio Uribe; el ministro de Alfonso XIII y alcalde de Jaén y Madrid José del Prado y Palacio (1865-1926) y el periodista ubetense Blas Aguilar Alvarado (1869-1943).

A Millán Millán de Priego y Bedmar (1870–1936), que en su época de director general de Seguridad, por ejemplo, impuso los petos para los caballos de los picadores de toros, le venía de casta eso de las encomiendas, pues su padre, Juan Millán de Priego y Ganancias, lo fue antes que él.

Y el cronista oficial de Alcalá la Real Antonio Guardia Castellano (nacido en 1860); el guardeño Virgilio Anguita Sánchez (1879-1960), académico de la Real de Jurisprudencia; el insigne músico Andrés Segovia (1893-1987), y un alcalde de Alcaudete entre 1917 y 1918, Francisco de Luque García. Contemporáneo suyo, otro significado alcaudetense, Antonio Romero Funes, mereció la cruz de esta orden. 

En el último cuarto del XIX nació Pedro Villar Gómez-Sigura en Cazorla, hasta donde llevó las insignias de comendador este aficionado a las letras y presidente de Cruz Roja en Jaén. Y Joaquín María de Serrano Martínez, de Andújar (1847-1921), alcalde y diputado. 

Ya en el XX, Eduardo de Villegas Herrera (1913) recibió la encomienda muchos años después de conocer la angustia de un viaje que, para muchos, no tuvo retorno: el primer tren de la muerte.

Además, el abogado y alcalde de Jaén Eduardo Ortega Anguita (1917-2010), el bañusco José Luis Messía Jiménez (1920-1997) diplomático y sucesor en el marquesado de Busianos; Cristóbal Martínez-Bordiú y Ortega, cardiólogo mancharrealeaño y, en boca del pueblo, el "yernísimo" (1922-1998) de Franco, o el hijo del autor del Himno de Jaén, Rafael de Mendizábal y Allende, nacido en tierras jiennenses en 1927 y fallecido este mismo año 2023.

Hijo predilecto de Ibros, el militar José Marín Echevarría fue reconocido con la gran cruz. Francisco del Castillo Rodríguez-Acosta, que llegó a director general de Emigración, se hizo acreedor a la encomienda de Isabel la Católica, en cuyas filas figuran en grados de caballeros el hispanista galduriense Juan López-Morillas (1913-1997); el mismísimo Raphael (Linares, 1943); el monseñor mengibareño Fernando Chica Arellano, nacido en 1963 y (otra vez) el ministro Cristóbal Montoro.

Por su parte, comendador fue Víctor Manuel Gómez Izquierdo, ingeniero de minas vinculado a la casa condal de Humanes, con grandeza de España. 

 La esposa y la hija de Pedro Carrillo y su hija muestran la medalla concedida al enfermero fallecido.
La esposa y la hija de Pedro Carrillo y su hija muestran la medalla concedida al enfermero fallecido.

ORDEN DEL MÉRITO CIVIL

Seguramente la más emotiva de las condecoraciones sea la Orden del Mérito Civil, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores e 'hija legítima' de Alfonso XIII; reconoce a "ciudadanos españoles o extranjeros que hayan realizado méritos de carácter civil: servicios relevantes al Estado, trabajos extraordinarios...".

Se puede decir, sin miedo a equivocarse, que de entre las de carácter no militar es la que mayor número de comprovincianos agrupa. Tanto es así que este reportaje necesitaría todas las páginas digitales del mundo para nombrar a la totalidad de condecorados. Valga esta nutrida representación.

Gran cruz fueron los abogados linarenses Francisco Ochoa RiveroJosé Fernández-Arroyo Caro, nacidos a mediados del XIX, y comendador el poeta y abogado cazorleño (1894-1974) José de la Vega Gutiérrez; el médico alcaudetense y alcalde de Jaén Juan Pedro Gutiérrez Higueras (1901-1978); del cuello de otro regidor, en este caso de La Carolina, colgó la gran cruz de la orden: Ramón Palacios Rubio (1920-2023).

Cuatro años antes había nacido el jiennense Rafael Espejo Tortosa, que además de una brillante carrera jurídica y de gobernar la Cofradía de la Clemencia tenía la peculiaridad de llamar "pollo" y dar un cachete al joven de turno; Galeno y presidente del Ayuntamiento de Quesada, Juan Bautista Palop recibió también la encomienda a finales de los años 20 del pasado siglo, así como el linarense Fausto Fernández de Moya y Sicilia (1911-1986), político y periodista.

De la misma quinta fueron el porcunense Juan Ruiz de Adana Bellido y el tosiriano Antonio Moya Montero, y José María García Segovia (1914), que comparte con Antonio Herrera García (1922) el haber sido alcaldes de la ciudad del Santo Rostro y merecer la misma cruz que, entre otros, el regidor baezano Manuel Puche Pardo (1919-2006) o el iliturgitano Antonio Rodríguez Garrido (1928-1994).

Más de uno recordará a aquel cambileño llamado Vicente Merino Soriano (1924-2007), que fue muchos años secretario general del Gobierno Civil de Jaén. En su jubilación (1989), fue galardonado con la encomienda de número de la orden.

Mucho más joven, el catedrático tosiriano de Fisiología y experto en Parkinson José López Barneo (nacido en 1952) y el que fuera director de El País, Antonio Caño Barranco, periodista marteño (1957) saben lo que es recibir un galardón como la Orden del Mérito Civil. En 2018 se le impuso al alcalde, diputado y secretario de Estado de Hacienda jiennense (1969) José Enrique Fernández de Moya

Y por su participación en el primer despliegue del Equipo Técnico Español de Ayuda y Respuesta a Emergencias (Start) en Mozambique tras un terrible ciclón, merecieron medallas los enfermeros del Área de Gestión Sanitaria Jaén Norte Rafael Dorado y Ana Belén Palomino; un compañero del gremio, Pedro Carrillo León, fue condecorado a título póstumo con el segundo grado de la orden, la gran cruz, en 2021.

Tiempos de pandemia que se llevaron por delante (cuando solo contaba cincuenta y nueve años) la vida de este heroico sanitario, el primero de Andalucía en morir a causa del coronavirus.  

 Medina González y Sánchez Alonso, el día que les fue impuesta la cruz de San Raimundo de Peñafort. Foto: Abogacía Española.
Medina González y Sánchez Alonso, el día que les fue impuesta la cruz de San Raimundo de Peñafort. Foto: Abogacía Española.

ORDEN DE SAN RAIMUNDO DE PEÑAFORT

Es, por antonomasia, la que reconoce los méritos de jueces, abogados, fiscales y profesionales vinculados con el Derecho desde su creación en 1944.

Y hoy, además, será la que ponga punto y seguido a este primer reportaje que ni por todo el oro del mundo hubiera firmado el gran Baudelaire, convencido como estaba de que "consentir que nos condecoren es reconocer al Estado o al principe el derecho de juzgarnos, ilustrarnos...", quizá influenciado el poeta maldito francés por la figura de su padrastro, militar ampliamente condecorado a quien jamás tragó. Esa es la verdad. 

Pleitos familiares aparte, lo cierto es que las insignias del patrón de juristas y abogados abundan en las vitrinas particulares del mar de olivos, donde un buen puñado de ilustres las conservan.

Verbigracia el pegalajareño León Muñoz-Cobo y Esteban (1877-1977), terrateniente en Torreperogil, o Francisco Carmona Buendía (1896-1985), procurador en posesión de la cruz distinguida de segunda clase. De primera y de segunda son las de Genaro Navarro López, abogado y diputado de La Puerta de Segura (1901-1977).

De 1916, Luis Ceres Rodríguez, orcereño con la cruz distinguida de primera clase, y de 1921, Rafael Calderón Torres, letrado alcaudetense sobrino-nieto del mismísimo Niceto Alcalá-Zamora.

O Manuel Marín Ibáñez, marteño fallecido en 1997; ¿y aquel alcalde de Jaén que aparece en tantas viejas fotos de Semana Santa de mediados del XX, Alfonso Montiel Villar? Lució cruz distinguida de primera clase.

De Linares, Francisco Izquierdo López (1898-1974), director general de Justicia entre otros muchos cargos, que las tuvo de primera y de segunda clase, y de Castillo de Locubín fue Antonio Álvarez de Morales Ruiz (1911-2001), alcalde de Jaén a finales de los 40.

Alcalde de su patria chica fue, igualmente, el ubetense Bonifacio Ordóñez Quesada (cruz distinguida de primera clase), y Antonio José García Rodríguez-Acosta (1921-2006), político y fiscal del Tribunal Supremo a mediados de los 70 que, alcanzó la gran cruz; lo mismo que su paisano Rafael de Mendizábal Allende, citado líneas más arriba y cuya trayectoria lo sitúa al frente de la Audiencia Nacional o entre los magistrados de los tribunales Supremo y Constitucional.

Catedrática de Medicina Legal en diferentes universidades, la jiennense (1948) María Castellano Arroyo la recibió en 1982, veinte años después de que uno de los abogados de Atocha, el villacarrillense Luis Javier Benavides Orgaz (1951-1977), la lograse, desgraciadamente a título póstumo.

En 2016 celebró sus bodas de oro en la abogacía Manuel Sánchez Alonso, que junto con su colega y 50% del prestigioso bufete Medina Cuadros, Manuel Medina González (Villanueva del Arzobispo, 1944), se hizo acreedor a la cruz de San Raimundo de Peñafort en 2019. Otro villanovense, decano del Colegio de Procuradores de Jaén, José Ramón Carrasco Arce, se hacía con la preciada presea el pasado enero.  

El que fuera vocal del Consejo General del Poder Judicial Pío Aguirre Zamorano (Jaén, 1951), es titular de la gran cruz, en tanto el actual delegado de Justicia, Administración Local y Función Pública de la Junta, Francisco Javier Carazo Carazo (1958), recibió la cruz distinguida de primera clase.

Igual que el a día de hoy teniente de alcalde del Ayuntamiento de la capital jiennense Vicente Oya Amate, que en ella nació en 1961; la baezana María Jesús Jurado Cabrera y la villacarrillense María Esperanza Pérez Espino, magistradas de la Audiencia Provincial, o el ya referido Francisco Rodríguez Nóvez, que suma a la gran cruz de honor sendas condecoraciones de primera y segunda clase.

Otro hijo de Villacarrillo, Juan José Sáenz Soubrier, recibió en 2015 la cruz distinguida de primera clase en reconocimiento a sus más de treinta años de trayectoria como jurista, en la que ejerció, entre otros, como presidente de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Granada. 

Por su parte, el linarense de 1958 Rafael Ochoa Barrios goza, desde hace escasos días, de la medalla de plata al Mérito en la Justicia, otra de las categorías que concede esta institución. 

Quedan por delante las órdenes de Cisneros, Alfonso X el Sabio, Bellas Artes, la antigua Beneficencia, Sanidad, Plan Nacional Sobre Drogas, Medioambiental y unas cuantas más, en las que Jaén se hace presente de la mano de una ciudadanía que, individual o colectivamente, sitúa holgadamente a la provincia en el mapa de las condecoraciones españolas. En la próxima 'Contra', más. Mucho más. 

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COMENTARIOS

Francisco Vílchez Rodríguez

Francisco Vílchez Rodríguez Diciembre 09, 2023

Rica, extensa y bien desarrollada información sobre personajes condecorados Fe nuestra Provincia. Como siempre sucinta pero suficientemente amplia. Espero la segunda parte de este artículo tuyo, querido amigo, con personajes más contemporáneos.

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