Serrano Piedra patenta su propio estilo pictórico

La artista jiennense apuesta por una técnica personalísima que evidencia en obras en las que los paisajes de su tierra cobran especial protagonismo

"El apellido Piedra es poco común, y si yo estoy en el mundo es gracias a mi madre, que merece también aparecer en mis cuadros... Ella que, incapacitada de las piernas, cuando me veía venir del taller de pintura con un cuadro bajo el brazo me aplaudía hasta con las orejas". 

Estas palabras de Ana María Serrano Piedra (Jaén, 1968) son toda una declaración de intenciones, una postura vital que rezuma gratitud a la autora de sus días y, de paso, a la existencia, al mundo: "La pintura es mi vida, y la vida para mí es la pintura. No sería capaz de coger un pincel si no estuviera a gusto conmigo misma y con los que me rodean. Tengo que estar en paz, calmada, feliz, contenta para poder volcarme en el cuadro". Lo que decía Juan Gris, que la pintura debe hacerse tal como el pintor es. 

Lo suyo es vocación pura, no viene de familia de artistas y hasta una de sus tías le destinó la docencia como forma de ganarse el pan: no hubiera estado mal, porque Serrano Piedra habla con lentitud machadiana, es didáctica a la hora de explicar sus cuadros hasta cuando guarda silencio entre frase y frase. Pero los pinceles le tiraban más y, jubilada ya por razones de salud, cumple el sueño cotidiano que acarició desde su niñez: ser pintora, en plenitud.

"Me cansé de sacar papeles en la administración, que es muy estresante; tenía que llevar mi casa, conducir para desplazarme al trabajo... Siento una gran llamada, una gran emoción por la pintura", confiesa, exultante. Sí, hasta ha patentado un estilo propio, el 'cuadrillismo Serrano Piedra', pero patentado de verdad, con número y todo.

"Primero plasmo el dibujo a lápiz, un buen dibujo, que es la base de cualquier cuadro bien pintado. Una mancha inicial, luces, contrastes... y termino, mayormente el fondo, con una mancha informe de un color concreto, superponiendo pinceladas con un pincel de cerda plano cuadriculado, de distintos tonos, dejando entrever ese fondo", sentencia la artista jiennense. Todo para "transmitir  belleza, dulzura, tranquilidad, calma...".

Así es, y al admirar sus paisajes campestres hasta se pueden oler las flores que lo capitalizan, lo mismo que sus acuarelas catedralicias derrochan su dominio personalísimo sobre una técnica tan compleja como expresiva, como sugerente de emociones: "La hago muy suelta, nada cuadricular ni meticulosa, dejo que el agua corra por el papel y mezclo sobre él los colores hasta lograr una variedad muy bonita de manchas cromáticas".

Y Jaén, que aparece en sus cuadros constantemente: "La tierra te llama, y tenemos una tierra muy rica en paisajes; el pintor tiene que apreciar su propia tierra, y qué mejor que salir al campo con una buena cámara de fotos y captar una buena luz, un buen contraste, una buena perspectiva y luego plasmarla en un cuadro", dice esta discípula de José Rodríguez Gabucio, para el que no tiene más que buenas palabras.

"Pintar me quita los dolores, me ayuda"; vamos, que le consuela sufrimientos, que la traduce tal como es, que le completa la vida... Como a la Khalo.